Friday, July 14, 2006

Cuando los dinosaurios dominaban la tierra

D. se levanta una día con terrible dolor de cabeza y lengua rasposa. Nota una fuerte presión entre sus ojos y una molestia punzante en la nuca. D. mira a su alrededor y, al percibir la habitación como un lugar desconocido, se pregunta “¿Dónde coño me he metido?”. Se levanta de un salto y se da cuenta, por el tacto, que no lleva zapatos, aunque sí pantalones. Sale de la habitación y se encuentra en un piso estrecho y oscuro, apenas amueblado. Recorre un corto pasillo que lleva al salón donde encuentra sus zapatos encima de la mesa del comedor, junto a una botella medio vacía de DYC. Se sienta en el blando sofá y se pone los zapatos a toda velocidad mientras intenta hacer un vano ejercicio de memoria. Hecha un ojo a la calle y es de noche, pero el piso huele a café. Busca la cocina y en ella encuentra una cafetera en marcha pero a nadie vigilándola. Registra el piso y tan solo encuentra habitaciones vacías (de personas y mobiliario), limitadas por paredes desnudas aunque maquilladas con trazos de tiza negra. D. encuentra una puerta cerrada, por la parte inferior de la cual se escapa un rayo de luz. Sí, quizás hay alguién ahí dentro. D. Golpea la madera con los nudillos sin obtener respuesta. Golpea una segunda vez y luego una tercer vez. Golpea una nerviosa cuarta vez a modo de inercia, sin detenerse luego para esperar respuesta. Se dirige a la puerta de salida y abandona el piso. Abandona el edificio y advierte que se encuentra en una parte que desconoce de la ciudad. Escoge una dirección al azar y comienza a caminar soltando vapor por la boca y maldiciendo el condenado frío que hace.

El marido de la señora T.

(Comienzo publicando antiguos textos que ya aparecen en fotolog)

La señora (o señorita, como le gusta que la llamen) T. salió ayer por la noche con una amiga. “Noche de chicas”. Vieron una película de Isabel Coixet que les enterneció hasta el punto que la amiga de T. decidió que su día acababa allí, y que se iba para casa. Anularon, pues, la cena prevista para después del cine. De hecho fue un alivio para T., ya que antes que ir a comer a un restaurante prefería volver a casa y comerse un Vitalinea ojeando el Cosmopolitan. 
De vuelta a casa, T. rememoró la película y decidió que le había gustado. Valió la pena perderse el episodio de Ally McBeal. Pensando en la película se dio cuenta de ciertos paralelismos con aquella bonita novela de Isabel Allende, cuyo título no recordaba. Había en ambas obras un trato similar de la mujer. Decidió que cuando llegara a casa escribiría una poesía sobre el tema. 
T. aparcó el BMW en el garaje. Las luces de la casa aun estaban encendidas, llegaba pronto. Entró y dijo hola, pero nadie contestó. Pensó que estarían dormidos. Dispuso en la cocina un Vitalinea y el Cosmopolitan. Apenas tuvo tiempo de leer su horóscopo que ya había terminado su cena. De camino al dormitorio oyó ruidos. Cuando abrió la puerta sorprendió a su marido follando con su mejor amigo (el mejor amigo de él, por supuesto). 

El marido de T. durmió en el sofá aquella noche. Esta mañana han hablado sobre lo acontecido. Estas fueron sus palabras: 

-¿Cómo pudiste hacer aquello? Jamás pensé que harías una cosa así. 
-Oh, querida… tú nunca pensaste demasiado. En cualquier caso, es algo que se venía venir. 
-¿Pero como puedes decir eso?¿Que te he hecho yo para merecer esto? 
-Nada. Aquí el que ha hecho soy yo. 
-¿Y siempre has sido así
-Siempre. Desde el instituto. Si me casé contigo fue por mis padres, ¿sabes? Y bueno, tú estabas buena y eras fácil. Siempre fuiste bastante puta. 
-¡Así que encima me insultas! Esto no va bien, esto no va nada bien. Este matrimonio no funciona. 
-Nunca funcionó. De hecho tú nunca funcionaste, con tus neuras y tus tonterías. Yo me saciaba con mi compañero para llegar a casa y ser un buen marido, pero es que tu… De hecho, mi amante y yo, habíamos planeado matarte y huir, aunque me parece que eso solo era una fantasía… La cosa está en que aquí, quién sobra, eres tú. 
-Después de todo lo que he hecho por ti… 
-Lo único que has hecho es calentarme la cabeza con tus gilipolleces, tu puta poesía de mierda y tus calorías de los cojones; tus modelitos, tus novelas de la Allende esa y tu mierda revistas esas que lees; tu manía por las apariencias, tu falsedad y tu empeño por de mostrar lo interesante que eres cuando en realidad eres de los más vulgar incluso que la imbécil de tu amiga, la fea esa llorona de los cojones. Oh… y tu absurdo feminismo incoherente y pamfletero, tu egocentrismo enfermizo y tus aires de divinidad… ¡Anda, vete a tomar por culo ya y déjame en paz…!

Querido sr. S

(Comienzo publicando antiguos textos que ya aparecen en fotolog)

Querido sr. S.: 

Te escribo esta carta con amargura pues lo que la motiva es un asunto feo. Si la escribo es porque soy consciente del aprecio mutuo que caracteriza nuestra amistad y que, por ella, nos gusta estar enterados tanto de las buenas cosas como de las malas. Sin más preámbulo procedo a relatar el motivo de mi perturbación: 

Ayer por la tarde, caminando por calles cercanas a tu casa encontré casualmente a tu mujer, acompañada de otro hombre. Un hombre elegante que vestía un traje azul, un hombre alto. En un principio pensé en pasar de largo y simular no haberme topado con ella, pero un cruce de miradas me obligó a detenerme y saludar. Me presentó al hombre como su hermano. Mintió. Si bien cierto es que tiene un hermano, al que por cierto nunca he visto, me atrevo a aventurar que aquel hombre no lo era. No creo, en cualquier caso, que se tratase de su amante. Ambos sabemos que si tu mujer quisiera engañarte lo haría, sin duda alguna, conmigo. De este modo no puedo avanzarte la identidad del hombre de azul y menos aun su relación con tu mujer. Tan solo puedo mencionar que era un personaje inquietante en cuanto a que, como pude observar, las agujas de su reloj rotaban en sentido contrario. 


No te olvida, R.

La muerte de Petronio Arbiter