Ya es hora de cerrar este blog.
Tuesday, April 28, 2009
No se puede confiar en Max Brod
-Tú eres un poco antipático, ¿no?
-¿Y eso?
-Nunca contestas a mis comentarios.
-¿Qué comentarios?
-Los que dejo en tu blog.
-Bueno, no sé... Contesto a tus llamadas que es más importante. ¿No crees?
-Pero bien podrías poner algo amable cuando te comentan o felicitan tus publicaciones. Ya que te leen y te escriben podrías corresponderles con algo, ¿no?
-Supongo que no se me ocurrirá nada que decir.
-Pues esa no es forma de tratar a tus lectores.
-Puede que yo no escriba para mis lectores. Si es que hay "mis lectores".
-¿Y entonces para quién escribes?
-Simplemente escribo.
-¿Y entonces para qué publicas?
-Para fijar los textos. De no hacerlo me paso el día retocándolos y modificándolos.
-Venga hombre, siempre se escribe para alguien.
-Qué no, coño.
-¿Y eso?
-Nunca contestas a mis comentarios.
-¿Qué comentarios?
-Los que dejo en tu blog.
-Bueno, no sé... Contesto a tus llamadas que es más importante. ¿No crees?
-Pero bien podrías poner algo amable cuando te comentan o felicitan tus publicaciones. Ya que te leen y te escriben podrías corresponderles con algo, ¿no?
-Supongo que no se me ocurrirá nada que decir.
-Pues esa no es forma de tratar a tus lectores.
-Puede que yo no escriba para mis lectores. Si es que hay "mis lectores".
-¿Y entonces para quién escribes?
-Simplemente escribo.
-¿Y entonces para qué publicas?
-Para fijar los textos. De no hacerlo me paso el día retocándolos y modificándolos.
-Venga hombre, siempre se escribe para alguien.
-Qué no, coño.
...................-Eres un borde de mierda.
Saturday, March 07, 2009
Los procedimientos adecuados
- Bueno, róbalo si lo necesitas y no puedes pagarlo. Es un supermercado, no importa. Puedes robar otras cosas también. Cuélate en el metro y en el tren. Miente a tus padres, engaña a tu mujer. Rompe lo que te apetezca. Espía a tus vecinos si te parece divertido. No vayas a trabajar, di que estás enfermo. Puedes hacer todas estas cosas si quieres, sólo ten cuidado de que no te cojan. No importa lo demás. Simplemente evita que te cojan.
- ¿Y ya está?
- Es como un árbol que cae en el bosque; si nadie lo oye, no hace ruido.
- ¿Y ya está?
- Es como un árbol que cae en el bosque; si nadie lo oye, no hace ruido.
La quinta trompeta
-...y se les mandó ...que no ...dañasen a la hierba de la tierra...
-¿“Dañasen a la...”?
-...a la hierba de-la-tie-rra ...coma, ni a ...cosa ...verde alguna coma ...ni a ningún árbol...
-¿“A ningún” qué?
-A ningún árbol. ...coma, sino sola-mente ...a los hombres que no tuviesen, que no tu-vie-sen, con uve, que no tuviesen el sello ...de Dios, con mayúscula, la “d” de Dios, ...en sus frentes.
-¿“En sus...”?
-En sus frentes. En sus frentes, coño, Juan.
-Es que me pierdo. Esto no hay quien lo entienda...
-¡Es que no hay que entender nada, Juan, hostias! Tú limítate a escribir lo que yo te diga.
-Ya bueno, pero es que...
-Y les fue dado...
-Pero...
-Y les fue dado coma no que los matasen coma... sino que los a-tor-men-tasen cinco meses... punto y coma. Y su ...tormento ...era como tormento ...de escorpión cuando ...cuando hiere al hombre.
-...a la hierba de-la-tie-rra ...coma, ni a ...cosa ...verde alguna coma ...ni a ningún árbol...
-¿“A ningún” qué?
-A ningún árbol. ...coma, sino sola-mente ...a los hombres que no tuviesen, que no tu-vie-sen, con uve, que no tuviesen el sello ...de Dios, con mayúscula, la “d” de Dios, ...en sus frentes.
-¿“En sus...”?
-En sus frentes. En sus frentes, coño, Juan.
-Es que me pierdo. Esto no hay quien lo entienda...
-¡Es que no hay que entender nada, Juan, hostias! Tú limítate a escribir lo que yo te diga.
-Ya bueno, pero es que...
-Y les fue dado...
-Pero...
-Y les fue dado coma no que los matasen coma... sino que los a-tor-men-tasen cinco meses... punto y coma. Y su ...tormento ...era como tormento ...de escorpión cuando ...cuando hiere al hombre.
Monday, February 02, 2009
La carne
Supongo que seguirá durmiendo el muy hijoputa. Lleva todo el día así, sin salir de su cuarto. Le oí llegar a eso de las siete de la mañana. Borracho, seguramente. Lo dejó todo lleno de barro y pisadas. Y eso no es todo. Esta mañana encontré sangre en el lavabo. Seguro que se metió en alguna pelea de borrachos. Le estará bien empleado si le han partido la nariz.
No es la primer vez que lo hace, ¿sabes? El mes pasado hizo lo mismo. Salió de noche y volvió por la madrugada con la ropa rasgada.
A saber a dónde va... A saber qué hace.
Antes no era así. Antes salía a tomar un par de cervezas y volvía pronto, pero ahora... No sé. De acuerdo que sólo lo hace de vez en cuando pero aun así es muy raro. No parece el mismo últimamente. Incluso huele distinto. Desde que le mordió aquel perro, ¿sabes? Desde entonces hace todas estas tonterías. El otro día se comió toda la carne picada que había comprado para hacer albóndigas. Se la comió cruda, ¿te lo puedes creer?
A la memoria de Lux Interior, quien (directamente o indirectamente) ha sido inspiración constante para este blog
No es la primer vez que lo hace, ¿sabes? El mes pasado hizo lo mismo. Salió de noche y volvió por la madrugada con la ropa rasgada.
A saber a dónde va... A saber qué hace.
Antes no era así. Antes salía a tomar un par de cervezas y volvía pronto, pero ahora... No sé. De acuerdo que sólo lo hace de vez en cuando pero aun así es muy raro. No parece el mismo últimamente. Incluso huele distinto. Desde que le mordió aquel perro, ¿sabes? Desde entonces hace todas estas tonterías. El otro día se comió toda la carne picada que había comprado para hacer albóndigas. Se la comió cruda, ¿te lo puedes creer?
A la memoria de Lux Interior, quien (directamente o indirectamente) ha sido inspiración constante para este blog
Monday, December 29, 2008
Lugares comunes
Eran las seis y media de la mañana cuando R. entró en el lavabo de la estación, cansado, soñoliento y aun algo borracho. Se lavó la cara y las manos con los resquicios el jabón alargado con agua del dispensador; logró eliminar sensiblemente el olor a tabaco y cerveza en favor de un suave aroma que recordaba al melocotón. Se secó la cara con papel higiénico y, a continuación, procuró ordenarse el cabello con los dedos todavía húmedos. Para cuando anunciaron su tren, su aspecto había mejorado notablemente.
En el tren se sentó al lado de un hombre con mono azul que, como él, concilió el sueño pocos instantes después de iniciar la marcha. Ambos dormitaron durante media hora hasta que el tren alcanzó su destino final.
R. descendió del vagón con más sueño que antes y con la sensación fatigosa de que todo su cuerpo pesaba como el plomo. En el bar de la estación pidió un café solo doble que bebió de un trago quemándose el paladar (el ardor en la boca permaneció durante toda la mañana) y produciendo un exceso de saliva. Sin perder más tiempo, caminó los treinta metros que le separaban de la tienda donde trabajaba y al entrar saludó a la señorita N. evitando un encuentro cara a cara.La mañana transcurrió lenta y tediosa. Los clientes parecían especialmente indecisos, requiriendo constantemente la opinión y el consejo de R. Las facultades de este, no hace falta decirlo, estaban muy por debajo de lo habitual. Se perdía a menudo en los diálogos con los clientes a quienes pedía con demasiada frecuencia que repitieran lo que acababan de decir. Esta falta de concentración, totalmente inusual para la señorita N., hizo que esta se alertara y preguntara a R., en diversas ocasiones a lo largo de la jornada, si se encontraba bien. R. negaba constantemente que nada malo le pasara e intentó durante buena parte de la mañana disimular su estado. Aún así, contar el dinero y devolver los cambios resultaba tremendamente complicado cosa que, inevitablemente, le delataba.
Finalmente, R., temeroso de que se ensuciara la intachable imagen que de él tenía la señorita N., decidió que debía actuar antes de que esta especulara sobre los motivos de tan sospechoso comportamiento. Esperó a que ella le preguntara de nuevo si todo iba bien a lo que él contestó negativamente una vez más. No obstante, tras negarlo, contó tres segundos después de los cuales hizo una estudiada mirada de timidez con la que dijo:
-Verá, señorita N., sí hay algo... es que estoy enamorado.
La señorita N. adoptó una expresión de sorpresa que progresivamente mutó en una sonrisa y una mirada de ojos entornados. No volvió a interrogar a R. en toda la mañana. Este, por su lado, pensó satisfecho que la señorita N. era una de aquellas personas a las que él llamaba simples.
Friday, December 12, 2008
Los Morlocks
A. pensaba distraída en lo mal que le caía Lucía Etxebarría cuando el pitido que indica el cierre automático de las puertas le recordó que estaba en un vagón de metro yendo hacia algún lugar. El dónde, concretamente, no lo recordaba de forma inmediata aunque esperaba poder hacerlo pronto. Paralelamente consideró que tendría que haberse tomado aquel café que minutos antes había rehusado por falta de tiempo y que ahora le hubiera aportado cierto mayor grado de lucidez.
Tras un breve ejercicio de memoria A. advirtió que era incapaz de recordar el lugar al que se dirigía. Reticente a aceptar aquella situación se esforzó en rememorar todos los pasos previos al momento actual: rehusar el café, salir hacia una tarde nublada pero con resquicios de sol, un niño quejándose en la calle, la boca del metro. A partir de allí todo lo que recordaba era LUCÍA ETXEBARRÍA. Le echó la culpa a ella, claro. Reflexionó por un momento entorno a las coincidencias que hay entre odiar y amar en cuanto a que ambas cosas provocan falta de concentración. Claro que A., en realidad, no sentía odio por aquella mujer (eso lo guardaba para otros), sino desprecio.
A. leyó el mapa del la línea de metro en la que se encontraba, la marrón, de arriba a bajo, consiguiendo tan sólo que le sonaran vagamente los nombres de dos o tres paradas. Incapaz de encontrar pistas que la ayudaran a recordar su lugar de destino se le ocurrió, como última opción, llamar a quien había comido con ella para preguntárselo, suponiendo que en el transcurso de la comida le había mencionado la cita de aquella tarde. Finalmente se le antojó que en ningún caso podía ser tan importante, fuera lo que fuera, el encuentro (?) al que no iba a acudir. Lo único que la preocupaba era el olvido repentino y fulminante, propio de aquellos que le cuadriplicaban la edad. No llamaría a nadie y tampoco compartiría su preocupación (sería una muestra de debilidad ante los demás, especialmente ante él, con quien había comido), eso estaba bastante claro. Volvería a casa.
Preguntó a una mujer mayor dónde podría coger la línea azul.
-¿La azul? Pues no sé, hija. Yo sólo uso la marrón.
-Tienes que coger la línea blanca y entonces hacer el cambio hacia la azul.
-No, no. La línea blanca es de tren, para cogerla tendrías que salir del metro y pagar otra vez el billete. La que tienes que coger es la rosa, que te deja en el centro. Allí puedes coger la azul.
-Sí, en el centro, claro...
-Ya, cariño, pero así estas haciendo que la pobre chica dé la vuelta a media ciudad. Lo mejor es que te bajes en la siguiente parada y tomes el autobús 432, que pasa justo por ahí y te deja en el centro en dos minutos.
-Disculpe, pero el autobús 432 ya no circula por aquí. Modificaron todas esas líneas el pasado trimestre. Si lo que quieres es coger la azul puedes hacerlo sin necesidad de ir hasta el centro. Basta con que cojas el cambio con la línea negra, que está a dos paradas de aquí, y luego encontraras la correspondencia con la azul a tres paradas. En dirección al puerto, eso sí,
-Ya, claro. Sí, muchas gracias.
-En dirección al puerto, eso es.
-Bien, gracias.
A. bajó dos paradas más tarde y tomó un estrecho y largo pasillo que conectaba la línea marrón con la negra. ¿O era la blanca? Un chico con perilla y pelo largo tocaba Somewehere Over the Rainbow con una guitarra desafinada. Anuncios de Converse a ambos lados del pasillo. ¿Esas zapatillas no se llamaban Victoria? El andén de la línea negra abarrotado: turistas y un grupo escolar uniformado con pantalones cortos y faldas hasta la rodilla.
-Disculpe, ¿estoy en el andén correcto para ir dirección al puerto?
-¿Qué puerta?
-El puerto.
-No sé. Esta es la dirección que va hacia la catedral.
-¿El puerto? –preguntó la maestra – Te equivocas, chica. Eso será en la línea marrón.
-Pero, entonces, para coger la línea azul...
-Pregúntaselo al agente de seguridad.
-No lo sé señora. Yo sólo me ocupo de la seguridad. Pregúntelo a los de información.
A. recorrió un nuevo pasillo escuchando Starman mal tocada por un chico feo con gafas de pasta. Un señor mayor que iba del brazo de su mujer le estornudó en la cara. En el nuevo andén, un chico pecoso y pelirrojo con el uniforme granate de los empleados de información hizo que A. parpadeara.
-Oye, perdona, ¿tú sabes cómo puedo llegar hasta la línea azul?
-Bueno, hay varias posibilidades.
-La más corta.
-Tienes que tomar la línea negra...
-La negra.
-Sí, la negra. En dirección a la catedral...
-No me jodas.
-...y luego son dos o tres paradas y ya puedes hacer el cambio.
-¿Dos o tres?
-No sé.
-¿Dos o tres?
-No sé. Toma un mapa.
A. contempló un entramado de líneas, colores, números y letras. Líneas de autobús entremezclándose con vías de tren y túneles de metro que se confunden con los raíles del tranvía, línea blanca intermitente sobre otra negra cruzada por un continuo de puntos rojos interrumpidos por otros de color verde oscuro que se disuelven en tonos más claros al acercarse a la palabra catedral la parte central del mapa estallido cromático de redes neoplasticistas del subsuelo metropolitano.
-Vale, gracias.
A. volvió a escuchar Starman con pantalones Levis a ambos lados del pasillo. En el andén de la línea negra, libre de escolares, prefirió no hacer preguntas y abrirse paso hacia el interior del primer tren que se detuvo. Descendió pronto, después de dos paradas, aunque puede que fueran tres. Indicaciones para cambiar hacia las líneas gris y 512 de bus, pero nada de color azul. A. persiguió las flechas que indicaban la salida, iniciando una carrera en el andén por entre ejecutivos imberbes y amas de casa mal folladas.
A. leyó el mapa del la línea de metro en la que se encontraba, la marrón, de arriba a bajo, consiguiendo tan sólo que le sonaran vagamente los nombres de dos o tres paradas. Incapaz de encontrar pistas que la ayudaran a recordar su lugar de destino se le ocurrió, como última opción, llamar a quien había comido con ella para preguntárselo, suponiendo que en el transcurso de la comida le había mencionado la cita de aquella tarde. Finalmente se le antojó que en ningún caso podía ser tan importante, fuera lo que fuera, el encuentro (?) al que no iba a acudir. Lo único que la preocupaba era el olvido repentino y fulminante, propio de aquellos que le cuadriplicaban la edad. No llamaría a nadie y tampoco compartiría su preocupación (sería una muestra de debilidad ante los demás, especialmente ante él, con quien había comido), eso estaba bastante claro. Volvería a casa.
Preguntó a una mujer mayor dónde podría coger la línea azul.
-¿La azul? Pues no sé, hija. Yo sólo uso la marrón.
-Tienes que coger la línea blanca y entonces hacer el cambio hacia la azul.
-No, no. La línea blanca es de tren, para cogerla tendrías que salir del metro y pagar otra vez el billete. La que tienes que coger es la rosa, que te deja en el centro. Allí puedes coger la azul.
-Sí, en el centro, claro...
-Ya, cariño, pero así estas haciendo que la pobre chica dé la vuelta a media ciudad. Lo mejor es que te bajes en la siguiente parada y tomes el autobús 432, que pasa justo por ahí y te deja en el centro en dos minutos.
-Disculpe, pero el autobús 432 ya no circula por aquí. Modificaron todas esas líneas el pasado trimestre. Si lo que quieres es coger la azul puedes hacerlo sin necesidad de ir hasta el centro. Basta con que cojas el cambio con la línea negra, que está a dos paradas de aquí, y luego encontraras la correspondencia con la azul a tres paradas. En dirección al puerto, eso sí,
-Ya, claro. Sí, muchas gracias.
-En dirección al puerto, eso es.
-Bien, gracias.
A. bajó dos paradas más tarde y tomó un estrecho y largo pasillo que conectaba la línea marrón con la negra. ¿O era la blanca? Un chico con perilla y pelo largo tocaba Somewehere Over the Rainbow con una guitarra desafinada. Anuncios de Converse a ambos lados del pasillo. ¿Esas zapatillas no se llamaban Victoria? El andén de la línea negra abarrotado: turistas y un grupo escolar uniformado con pantalones cortos y faldas hasta la rodilla.
-Disculpe, ¿estoy en el andén correcto para ir dirección al puerto?
-¿Qué puerta?
-El puerto.
-No sé. Esta es la dirección que va hacia la catedral.
-¿El puerto? –preguntó la maestra – Te equivocas, chica. Eso será en la línea marrón.
-Pero, entonces, para coger la línea azul...
-Pregúntaselo al agente de seguridad.
-No lo sé señora. Yo sólo me ocupo de la seguridad. Pregúntelo a los de información.
A. recorrió un nuevo pasillo escuchando Starman mal tocada por un chico feo con gafas de pasta. Un señor mayor que iba del brazo de su mujer le estornudó en la cara. En el nuevo andén, un chico pecoso y pelirrojo con el uniforme granate de los empleados de información hizo que A. parpadeara.
-Oye, perdona, ¿tú sabes cómo puedo llegar hasta la línea azul?
-Bueno, hay varias posibilidades.
-La más corta.
-Tienes que tomar la línea negra...
-La negra.
-Sí, la negra. En dirección a la catedral...
-No me jodas.
-...y luego son dos o tres paradas y ya puedes hacer el cambio.
-¿Dos o tres?
-No sé.
-¿Dos o tres?
-No sé. Toma un mapa.
A. contempló un entramado de líneas, colores, números y letras. Líneas de autobús entremezclándose con vías de tren y túneles de metro que se confunden con los raíles del tranvía, línea blanca intermitente sobre otra negra cruzada por un continuo de puntos rojos interrumpidos por otros de color verde oscuro que se disuelven en tonos más claros al acercarse a la palabra catedral la parte central del mapa estallido cromático de redes neoplasticistas del subsuelo metropolitano.
-Vale, gracias.
A. volvió a escuchar Starman con pantalones Levis a ambos lados del pasillo. En el andén de la línea negra, libre de escolares, prefirió no hacer preguntas y abrirse paso hacia el interior del primer tren que se detuvo. Descendió pronto, después de dos paradas, aunque puede que fueran tres. Indicaciones para cambiar hacia las líneas gris y 512 de bus, pero nada de color azul. A. persiguió las flechas que indicaban la salida, iniciando una carrera en el andén por entre ejecutivos imberbes y amas de casa mal folladas.
Monday, December 08, 2008
El frío y El frío hace unos días.
Aunque en estos últimos días ya haga frío, no entiendo porqué toda la gente que sube al tren permanece con todos sus abrigos, bufandas, guantes y esos feos e inútiles calentadores encima. Los vagones están siempre abarrotados, con la calefacción a máxima potencia, los cristales empañados. Yo suelo quedarme en camiseta, pensando: ¿no tenéis calor, desgraciados?
Bueno, creo que me tomaré un café.
Bueno, creo que me tomaré un café.
+++++++++++++++++++++++++++++++++
El texto de aquí arriba, para llegar a convertirse en definitivo, ha experimentado un curioso proceso de mutación que creo es suficientemente interesante como para tenerlo en cuenta. Quizás sea porque, siendo más bien simple, me costó bastante tiempo convertirlo en algo satisfactorio.
El texto inicial era el que sigue:
A lo largo de estos últimos días en que el otoño parece menos empeñado en asemejarse al verano (cosa que consigue de forma más bien torpe) y ha adoptado una temperatura más adecuada a la de una estación de transición hacia el invierno, he observado un comportamiento totalmente incomprensible entre aquellos personajes anónimos que cada mañana y tarde me acompañan en el tren.
Como he dicho ya (de forma innecesariamente retorcida), comienza a hacer frío. La gente se abriga más, comprensiblemente. Yo también lo hago. No obstante, al entrar en el vagón de tren estrecho y sofocante, con la calefacción a máxima potencia, lleno a rebosar de gente, con los cristales empañados, yo me quito la chaqueta y el jersey, pues allí no me hacen ningún servicio. El resto de viajeros, en cambio, permanecen con todas sus prendas encima, como si se encontraran en el interior de una cámara frigorífica. Cuando veo a aquella gente con las chaquetas atadas hasta el cuello, los sombreros encasquetados hasta las orejas, guantes, bufandas y esos feos e inútiles calentadores, no puedo evitar preguntarme: ¿es que no tenéis calor?
Todo ello me lleva, en una reflexión más amplia, a pensar que el frío hoy en día está infravalorado en favor de un culto enfermizo por el calor y su estación, el verano. Imagino que los culpables son los anuncios de Actimel y este nuevo y popular (y absurdo) concepto de identidad de lo latino. El resultado es que no sólo se desprecia el frío sino que se crea una verdadera psicosis entorno a él y un temor constante a padecerlo.
El texto inicial era el que sigue:
A lo largo de estos últimos días en que el otoño parece menos empeñado en asemejarse al verano (cosa que consigue de forma más bien torpe) y ha adoptado una temperatura más adecuada a la de una estación de transición hacia el invierno, he observado un comportamiento totalmente incomprensible entre aquellos personajes anónimos que cada mañana y tarde me acompañan en el tren.
Como he dicho ya (de forma innecesariamente retorcida), comienza a hacer frío. La gente se abriga más, comprensiblemente. Yo también lo hago. No obstante, al entrar en el vagón de tren estrecho y sofocante, con la calefacción a máxima potencia, lleno a rebosar de gente, con los cristales empañados, yo me quito la chaqueta y el jersey, pues allí no me hacen ningún servicio. El resto de viajeros, en cambio, permanecen con todas sus prendas encima, como si se encontraran en el interior de una cámara frigorífica. Cuando veo a aquella gente con las chaquetas atadas hasta el cuello, los sombreros encasquetados hasta las orejas, guantes, bufandas y esos feos e inútiles calentadores, no puedo evitar preguntarme: ¿es que no tenéis calor?
Todo ello me lleva, en una reflexión más amplia, a pensar que el frío hoy en día está infravalorado en favor de un culto enfermizo por el calor y su estación, el verano. Imagino que los culpables son los anuncios de Actimel y este nuevo y popular (y absurdo) concepto de identidad de lo latino. El resultado es que no sólo se desprecia el frío sino que se crea una verdadera psicosis entorno a él y un temor constante a padecerlo.
Wednesday, November 05, 2008
Conjunto polar señora – 6’99 (oferta válida sólo en la Península)
Kate Moss me aburre. No despierta en mi ningún interés o atractivo. Sus escándalos descafeinados tan sólo evidencian lo que ya suponemos y no implican ningún atractivo morboso digno de ser relatado por Kenneth Anger.
Los anónimos modelos protagonistas del catálogo del supermercado Lidl, en cambio, sí me llaman la atención y me intrigan. ¿De dónde saldrán?
Los anónimos modelos protagonistas del catálogo del supermercado Lidl, en cambio, sí me llaman la atención y me intrigan. ¿De dónde saldrán?
Thursday, October 30, 2008
Oh, cariño, no le des tantas vueltas... Si tu madre te dice que te maquillas como una puta es por envidia. Mientras que para ti el maquillaje es un recurso para realzar, para ella lo es para ocultar. Además, ¿desde cuándo te preocupas tú de lo que te diga tu madre? ¿No te estarás haciendo mayor, verdad? Yo dejé de hacerle caso a mi madre a los siete años. Más o menos. Comprendí muy pronto que no podría sacar nada bueno de ella; perdió la capacidad de enseñarme cosas cuando descubrí la tele (aunque luego también dejara de hacerle caso a esa cosa, ya me entiendes...). Además, ahí estaba también mi hermana que por aquel entonces escuchaba a los Cramps y se rascaba el coño en la mesa. Mi padre la odiaba. Oh, no sabes cuanto la echo de menos. La quería muchísimo... Suerte que ahora te tengo a ti. De no ser por eso...
Monday, September 15, 2008
La jungla del asfalto
edificios de color gris. De poca altura, pero la suficiente para privar a la ciudad de horizonte a cambio de un skyline más bien discreto. De hecho, las horas de luz en la ciudad son menores por los mismos edificios. Ya sabes, los de color gris. Aquí atardece antes y amanece más tarde.
muertos en un accidente de coche. Con la radio puesta, claro. No sé que estarían escuchando en el preciso momento del impacto, espero que fuera algo que les gustara.
Lo que más temían eran los viajes en avión, cuando en realidad son mucho más seguros que los viajes en coche. Y te mareas menos. No sé cuál de los dos era, si él o ella, que tenía tendencia a marearse en coche. El caso es que no sé por qué coño cogieron el coche aquella noche. Se sospecha que tenían prisa por algo, pero eso aun no está muy claro.
brujas de sospechosas intenciones. Se reunían con extraña regularidad, siguiendo los ciclos lunares y otros fenómenos astrales. Reuniones de un número reducido de personas, entre seis y ocho. Tampoco eran encuentros de muy larga duración; en dos o tres horas regresaban todas de entre los árboles. El contenido de las reuniones sigue siendo totalmente desconocido, aunque se sospecha que, en la última de ellas, se habló de una pareja que viajaba en coche huyendo de no se sabe qué.
muertos en un accidente de coche. Con la radio puesta, claro. No sé que estarían escuchando en el preciso momento del impacto, espero que fuera algo que les gustara.
Lo que más temían eran los viajes en avión, cuando en realidad son mucho más seguros que los viajes en coche. Y te mareas menos. No sé cuál de los dos era, si él o ella, que tenía tendencia a marearse en coche. El caso es que no sé por qué coño cogieron el coche aquella noche. Se sospecha que tenían prisa por algo, pero eso aun no está muy claro.
brujas de sospechosas intenciones. Se reunían con extraña regularidad, siguiendo los ciclos lunares y otros fenómenos astrales. Reuniones de un número reducido de personas, entre seis y ocho. Tampoco eran encuentros de muy larga duración; en dos o tres horas regresaban todas de entre los árboles. El contenido de las reuniones sigue siendo totalmente desconocido, aunque se sospecha que, en la última de ellas, se habló de una pareja que viajaba en coche huyendo de no se sabe qué.
Friday, September 05, 2008
Los cuartos traseros
-¿Sabes lo qué es la diarrea verbal?
-Es cuando uno habla mucho.
-No. Es cuando uno habla mucho y no dice nada. Cuando sus palabras no tienen consistencia. Frases sueltas con una conexión tan débil entre sí que no pueden sostener un discurso sólido.
-¿Eso no es verborrea?
-No exactamente.
-Es cuando uno habla mucho.
-No. Es cuando uno habla mucho y no dice nada. Cuando sus palabras no tienen consistencia. Frases sueltas con una conexión tan débil entre sí que no pueden sostener un discurso sólido.
-¿Eso no es verborrea?
-No exactamente.
Tuesday, July 08, 2008
Ceniza (cáncer)
-Sí, es la casa más rara que he visto desde la de G.
-¿Qué pasa con la casa de G.?
-Nada especial. Tenía cenicero en el lavabo.
-Bueno, eso tampoco es tan raro.
-A mi me lo pareció.
-No sé, si padeces de estreñimiento y fumas mucho...
-Pero venga, ¿es que no puede aguantar veinte minutos sin fumar?
-Yo conocía a un tío que solo dormía seis horas porque era lo máximo que aguantaba sin fumar. Fumaba un cigarro antes de acostarse y otro al despertarse. Pall Mall. Este tenía el cenicero en la mesa de noche, y la verdad es que no sé que es peor. Pero bueno, para eso hay que estar muy enfermo. Como David Bowie; fumaba 36 cigarros al día.
-¿Fumaba?
-Sí, creo que ya no fuma.
-No me jodas. Pero, ¿por qué?
-Yo que sé, le preocupará su salud.
-Qué salud ni qué hostias... ¿Pero qué más le dará a él?
-¿Qué más te dará a ti?
-Bueno, pues no sé. Por lo estético. A parte, en mis fantasías siempre fumamos después de follar toda la noche.
-Tú si que estás enferma. ¡David Bowie...!, con lo viejo que está. Podría ser tu padre.
-“Podría ser tu padre”, qué vulgar eres. Además, el enfermo eres tú, que sabes el número exacto de cigarros que fumaba al día.
Él no dijo nada más.
A ella se le ocurrió que, de hecho, también ella fumaba en el lavabo; pero usaba el retrete para tirar la ceniza y las colillas. En cualquier caso prefirió no comentárselo a él.
-¿Qué pasa con la casa de G.?
-Nada especial. Tenía cenicero en el lavabo.
-Bueno, eso tampoco es tan raro.
-A mi me lo pareció.
-No sé, si padeces de estreñimiento y fumas mucho...
-Pero venga, ¿es que no puede aguantar veinte minutos sin fumar?
-Yo conocía a un tío que solo dormía seis horas porque era lo máximo que aguantaba sin fumar. Fumaba un cigarro antes de acostarse y otro al despertarse. Pall Mall. Este tenía el cenicero en la mesa de noche, y la verdad es que no sé que es peor. Pero bueno, para eso hay que estar muy enfermo. Como David Bowie; fumaba 36 cigarros al día.
-¿Fumaba?
-Sí, creo que ya no fuma.
-No me jodas. Pero, ¿por qué?
-Yo que sé, le preocupará su salud.
-Qué salud ni qué hostias... ¿Pero qué más le dará a él?
-¿Qué más te dará a ti?
-Bueno, pues no sé. Por lo estético. A parte, en mis fantasías siempre fumamos después de follar toda la noche.
-Tú si que estás enferma. ¡David Bowie...!, con lo viejo que está. Podría ser tu padre.
-“Podría ser tu padre”, qué vulgar eres. Además, el enfermo eres tú, que sabes el número exacto de cigarros que fumaba al día.
Él no dijo nada más.
A ella se le ocurrió que, de hecho, también ella fumaba en el lavabo; pero usaba el retrete para tirar la ceniza y las colillas. En cualquier caso prefirió no comentárselo a él.
Thursday, June 26, 2008
El Yúsep
El Yúsep es amigo mío de toda la vida. Desde pequeños que íbamos a la misma escuela y jugábamos en el mismo equipo de fútbol. A mi me llamaban Laudrup, porque tenía el pelo rubio. Pero ahora llevo mechas y tengo el pelo distinto, ¿sabesloquétequierodecir?
Pues el Yúsep también fue conmigo al instituto y a la ESO y en los ciclos. Pero él no los terminó. Estuvo un par de años así sin estudiar ni ná. Namás que vendía costo para pagarse los cubatas y la gasolina de la Senda. La verdáh es que su costo era malo apaleao, y aunque me lo dejara a precio de colega yo se lo compraba mejor al Hassan, que lo tenía muy bueno y eso.
Pues bueno, el Yúsep luego comenzó a trabajar con su padre, que es buen hombre, ¿sabes? Pues que con su padre me consiguió enchufe para trabajar ahí en el taller, y ahora estoy ahí haciendo la electricidad.
Pues eso, que muy colegas con el Yúsep pero ayer nos peleemos. En realidáh fue por una tontería, que si yo le dije que su padre se parece al Ramonchu ese de La Primera, el de las nocheviejas. Y el tio va y me se cabrea. Me se puso gallito, ¿sabes? Y él no sabe que yo estoy muy loco. ¡Que yo me meto a hostiar y no me controlo! Se lo dije. Se lo dije dos veces.
“¡Estoy muy loco, eh!¡Qué yo estoy muy loco!”.
Y al final porque m’agarraron el Juan y el primo del Róber.
Y así nos separemos.
No llegué a darle, pero estuve a ná y menos de meterle un mantecao.
A mi me sabe mal, porque enverdáh el Yúsep y yo éramos buenos colegas.
A mi la Viki ya me lo dijo luego que solo estábamos cabreaos y luego se nos pasaría, me dijo. Que lo que pasa es que vamos demasiao juntos siempre por ahí, juntos y eso. Y que es normal c'haya piques.
A mi me parece que es ella la que va siempre ajuntá con la Mariajo esa, que parecen que sean boyeras y todo.
Juntas todo el día, ¿sabes?
Las dos.
Pero que mira, ¿sabes qué te digo? Que a mi no me vacila nadie, ¿sabes?
¿M'entiendes?
Y encima que voy a trabajar en lo de su padre. Que para mi que se vaya a tomar por el culo el niñato este. Que no. Que a mi no me se pasa de listo nadie, ¿me oyes? Listo, que es un listo.
Eso es lo que es.
Anda que me va a margar a mi ahora el niñato este, el muy gilipollas, estando España jugando como está.
Pues el Yúsep también fue conmigo al instituto y a la ESO y en los ciclos. Pero él no los terminó. Estuvo un par de años así sin estudiar ni ná. Namás que vendía costo para pagarse los cubatas y la gasolina de la Senda. La verdáh es que su costo era malo apaleao, y aunque me lo dejara a precio de colega yo se lo compraba mejor al Hassan, que lo tenía muy bueno y eso.
Pues bueno, el Yúsep luego comenzó a trabajar con su padre, que es buen hombre, ¿sabes? Pues que con su padre me consiguió enchufe para trabajar ahí en el taller, y ahora estoy ahí haciendo la electricidad.
Pues eso, que muy colegas con el Yúsep pero ayer nos peleemos. En realidáh fue por una tontería, que si yo le dije que su padre se parece al Ramonchu ese de La Primera, el de las nocheviejas. Y el tio va y me se cabrea. Me se puso gallito, ¿sabes? Y él no sabe que yo estoy muy loco. ¡Que yo me meto a hostiar y no me controlo! Se lo dije. Se lo dije dos veces.
“¡Estoy muy loco, eh!¡Qué yo estoy muy loco!”.
Y al final porque m’agarraron el Juan y el primo del Róber.
Y así nos separemos.
No llegué a darle, pero estuve a ná y menos de meterle un mantecao.
A mi me sabe mal, porque enverdáh el Yúsep y yo éramos buenos colegas.
A mi la Viki ya me lo dijo luego que solo estábamos cabreaos y luego se nos pasaría, me dijo. Que lo que pasa es que vamos demasiao juntos siempre por ahí, juntos y eso. Y que es normal c'haya piques.
A mi me parece que es ella la que va siempre ajuntá con la Mariajo esa, que parecen que sean boyeras y todo.
Juntas todo el día, ¿sabes?
Las dos.
Pero que mira, ¿sabes qué te digo? Que a mi no me vacila nadie, ¿sabes?
¿M'entiendes?
Y encima que voy a trabajar en lo de su padre. Que para mi que se vaya a tomar por el culo el niñato este. Que no. Que a mi no me se pasa de listo nadie, ¿me oyes? Listo, que es un listo.
Eso es lo que es.
Anda que me va a margar a mi ahora el niñato este, el muy gilipollas, estando España jugando como está.
Monday, June 16, 2008
La esfinge
Estoy considerando muy seriamente convertirme en soberano único y absoluto del mundo, para reinar con autoritarismo bajo los dictámenes de la fe católica.
A los pobres los haré ricos y a los ricos los haré pedazos. Prohibiré que entierren sus cadáveres para el escarmiento público y para facilitar, además, la aparición de devastadoras epidemias y de océanos de pus amarillento. Hundiré todas las ciudades hasta los cimientos (que cubriré con sal) y todo quedará reducido al ámbito rural dónde predominará el cotilleo y la superstición. Para evitar la expansión urbana de los pueblos, quedará impuesto un estricto control de la natalidad basado en el temor a traer al mundo a más indeseables como los que habitarán mi reino.
Cambiaré el nombre de todas las cosas, todas las mujeres se llamarán Teodora y todos los hombres, Mujer. Todo fluido recibirá el único nombre de Finkbräu y los buenos artistas de conocerán como “armenios”.
Cambiaré el nombre de todas las cosas, todas las mujeres se llamarán Teodora y todos los hombres, Mujer. Todo fluido recibirá el único nombre de Finkbräu y los buenos artistas de conocerán como “armenios”.
Wednesday, June 11, 2008
Personajes despreciables II: La épica roja (1ª generación)
“Yo soy rojo, simplemente. Ser rojo, más que ideología, es un modo de ser”
Joaquín Sabina
Joaquín Sabina posiblemente sea uno de los personajes públicos que más despreciamos. Es, además, un interesante sujeto que reúne la mayoría de las características que identifican a los promotores de lo que hemos decidido llamar “épica roja”.
La épica roja la construyen ciertos personajes resultantes de la generación que durante la primera mitad de la década de 1970, en pleno declive de la dictadura franquista, fueron jóvenes y (la mayoría de ellos) estudiantes universitarios. Todos aquellos que, desde la clandestinidad, de forma activa o tan sólo de pensamiento, fueron antifranquistas.
La mayoría, jóvenes idealistas que se empachaban con la lectura de Marx y tarareaban los estribillos de Paco Ibañez, Raimon y Luís Llach.
Hoy en día, se han apropiado de la izquierda política “oficial”, la izquierda más vistosa convertida en referente. Su actual ideología descafeinada y anacrónica es aceptada por todos por pertenecer a aquellos que participaron en ese “pasado glorioso” de lucha contra el estado dictatorial. Aquello que ellos mismos resumen con la maravillosa frase recurrente, repetida hasta la saciedad: “Yo corrí delante de los grises”.
Con esta poco sutil instrumentalización de la izquierda mártir durante el franquismo, construyen un débil argumento de autoridad con el que imponerse y despreciar toda opción izquierdista alternativa y por supuesto, más extremista; identificando su izquierda con La Izquierda.
Esta izquierda de la que hacen bandera consiste en un conjunto de consignas moralistas bastante superficiales que no hacen más que reforzar el feroz sistema neoliberal mediante el maquillaje de la retórica del eufemismo, en lugar de combatirlo. Con simplicidad unifican su postura con el apelativo “rojo”, que tanto puede aplicarse a votantes convencidos del PSOE como aquellos que con puño alzado asisten a los mítines de IU.
“Comunistas” a la cabeza de grandes empresas, “rojos” que escolarizan a sus hijos en Los Maristas, “pacifistas” que ordenan cargas policiales, “socialistas” que visten ropa por el valor de más de un sueldo, “progres” que leyendo La Vanguardia se escandalizan por los actos de los incívicos (magnífica palabra inventada por ese mismo periódico y que no significa nada).
Izquierda socialdemócrata de postal cuya máxima actitud militante florece tras unos cuantos tragos de vino y consiste en un par de comentario despectivos contra la iglesia y un puñado de desgastados chistes malos sobre Aznar.
También fuman porros alguna vez (siempre es importante cierto grado de bohemia entre los rojos) y no tienen reparos en decir “follar” en público (es que también son muy liberales).
En su conjunto, una imagen idealizada y mitificada de una izquierda que pertenece al pasado, siendo hoy simple palabrería incoherente, hipócrita, desfasada y fantoche.
Lo que más nos molesta de ellos no es su pasado ni su actual nostalgia, sino el hecho de que se adjudicaran el monopolio de todos los sectores políticos y sociales que simplemente no son de derechas. Que actúen con actitud aleccionadora y que desacrediten toda opción no moderada (ya lo dicen ellos: “No sé de qué te quejas... ¡Esto antes era mucho peor!”).
Pronto publicaremos algo referente a la 2ª generación de la épica roja.
Joaquín Sabina
Joaquín Sabina posiblemente sea uno de los personajes públicos que más despreciamos. Es, además, un interesante sujeto que reúne la mayoría de las características que identifican a los promotores de lo que hemos decidido llamar “épica roja”.
La épica roja la construyen ciertos personajes resultantes de la generación que durante la primera mitad de la década de 1970, en pleno declive de la dictadura franquista, fueron jóvenes y (la mayoría de ellos) estudiantes universitarios. Todos aquellos que, desde la clandestinidad, de forma activa o tan sólo de pensamiento, fueron antifranquistas.
La mayoría, jóvenes idealistas que se empachaban con la lectura de Marx y tarareaban los estribillos de Paco Ibañez, Raimon y Luís Llach.
Hoy en día, se han apropiado de la izquierda política “oficial”, la izquierda más vistosa convertida en referente. Su actual ideología descafeinada y anacrónica es aceptada por todos por pertenecer a aquellos que participaron en ese “pasado glorioso” de lucha contra el estado dictatorial. Aquello que ellos mismos resumen con la maravillosa frase recurrente, repetida hasta la saciedad: “Yo corrí delante de los grises”.
Con esta poco sutil instrumentalización de la izquierda mártir durante el franquismo, construyen un débil argumento de autoridad con el que imponerse y despreciar toda opción izquierdista alternativa y por supuesto, más extremista; identificando su izquierda con La Izquierda.
Esta izquierda de la que hacen bandera consiste en un conjunto de consignas moralistas bastante superficiales que no hacen más que reforzar el feroz sistema neoliberal mediante el maquillaje de la retórica del eufemismo, en lugar de combatirlo. Con simplicidad unifican su postura con el apelativo “rojo”, que tanto puede aplicarse a votantes convencidos del PSOE como aquellos que con puño alzado asisten a los mítines de IU.
“Comunistas” a la cabeza de grandes empresas, “rojos” que escolarizan a sus hijos en Los Maristas, “pacifistas” que ordenan cargas policiales, “socialistas” que visten ropa por el valor de más de un sueldo, “progres” que leyendo La Vanguardia se escandalizan por los actos de los incívicos (magnífica palabra inventada por ese mismo periódico y que no significa nada).
Izquierda socialdemócrata de postal cuya máxima actitud militante florece tras unos cuantos tragos de vino y consiste en un par de comentario despectivos contra la iglesia y un puñado de desgastados chistes malos sobre Aznar.
También fuman porros alguna vez (siempre es importante cierto grado de bohemia entre los rojos) y no tienen reparos en decir “follar” en público (es que también son muy liberales).
En su conjunto, una imagen idealizada y mitificada de una izquierda que pertenece al pasado, siendo hoy simple palabrería incoherente, hipócrita, desfasada y fantoche.
Lo que más nos molesta de ellos no es su pasado ni su actual nostalgia, sino el hecho de que se adjudicaran el monopolio de todos los sectores políticos y sociales que simplemente no son de derechas. Que actúen con actitud aleccionadora y que desacrediten toda opción no moderada (ya lo dicen ellos: “No sé de qué te quejas... ¡Esto antes era mucho peor!”).
Pronto publicaremos algo referente a la 2ª generación de la épica roja.
Sunday, June 08, 2008
Uno
Siempre he admirado a O.
Es la única persona que conozco a la que han preguntado con toda sinceridad:
-Oye, tú nunca te tomas nada en serio, ¿verdad?
Es la única persona que conozco a la que han preguntado con toda sinceridad:
-Oye, tú nunca te tomas nada en serio, ¿verdad?
Thursday, June 05, 2008
El milagro de la vida
-Pero como mínimo tuvo la decencia de ir al lavabo.
-Sí, tuvo la decencia de ir al lavabo cuando empezó a sentir las nauseas. Ya sabes, cuando notaba el amargor en la garganta. Eso no se lo reprocho.
-¿Y entonces?
-Bueno, el caso es que no levantó la tapa, ¿sabes? Lo dejó todo hecho un asco. Lo limpió su amigo, el rubio.
-Ya veo… De hecho es normal que las embarazadas tengan vómitos.
-Una mierda. Las embarazadas borrachas vomitan. Lo que no es normal que pille esos pedos.
-¿De cuantos meses está?
-No lo sé, pero aun no se le nota.
-Sí, tuvo la decencia de ir al lavabo cuando empezó a sentir las nauseas. Ya sabes, cuando notaba el amargor en la garganta. Eso no se lo reprocho.
-¿Y entonces?
-Bueno, el caso es que no levantó la tapa, ¿sabes? Lo dejó todo hecho un asco. Lo limpió su amigo, el rubio.
-Ya veo… De hecho es normal que las embarazadas tengan vómitos.
-Una mierda. Las embarazadas borrachas vomitan. Lo que no es normal que pille esos pedos.
-¿De cuantos meses está?
-No lo sé, pero aun no se le nota.
Sunday, May 18, 2008
Felicidad, libertad y amor
“Felicidad”, “libertad” y “amor” son ideas que se han vulgarizado por desgaste. Su uso excesivo, a menudo injustificado y recurrentemente manipulado, hacen de estos términos conceptos vacíos, recursos fáciles para el adorno simplista de cualquier discurso.
“La permanencia cósmica de la ortogonalidad” o “el esplendor geométrico de la mecánica del mundo”, en cambio, mantienen la misma fuerza y concreción de significado que en origen.
“La permanencia cósmica de la ortogonalidad” o “el esplendor geométrico de la mecánica del mundo”, en cambio, mantienen la misma fuerza y concreción de significado que en origen.
Tuesday, April 29, 2008
Der Blaue Reiter
Últimamente no logro encontrarme. Intento localizarme a mi mismo pero resulta imposible. Creo que me estoy esquivando. Comunican todas mis llamadas. Por las mañanas, me saludo con un imperceptible movimiento de cabeza y me voy antes de poder hablar conmigo.
Cuando me pregunto si he hecho algo, me hago el loco y contesto cualquier cosa. “Es que últimamente he estado ocupado, colega. No es por mi, en serio. No es nada personal”.
Y si esto no es personal, entonces, ¿qué lo es?
Cuando me pregunto si he hecho algo, me hago el loco y contesto cualquier cosa. “Es que últimamente he estado ocupado, colega. No es por mi, en serio. No es nada personal”.
Y si esto no es personal, entonces, ¿qué lo es?
Monday, March 24, 2008
El cambio sobrenatural
-¿Qué tal el nuevo año?
-Pse… con cambios.
-Los cambios son buenos.
-Eso no es cierto. Hay cambios que van para mal.
-¿Y los tuyos han ido para bien o para mal?
-Para normal.
-¿”Paranormal” en qué sentido?
-No, no. “Paranormal”, no. “Para normal”.
-Ah… Ya veo. Regresando a la normalidad, ¿no?
-No. No hay regreso. No he salido de la normalidad en ningún momento. Y no se puede regresar de dónde uno no se ha marchado.
-Entonces no ha habido cambios…
-Sí los ha habido. Ha habido cambios para que todo siga igual, para mantener la normalidad.
-¿Y eso es bueno o malo?
-Pse… con cambios.
-Los cambios son buenos.
-Eso no es cierto. Hay cambios que van para mal.
-¿Y los tuyos han ido para bien o para mal?
-Para normal.
-¿”Paranormal” en qué sentido?
-No, no. “Paranormal”, no. “Para normal”.
-Ah… Ya veo. Regresando a la normalidad, ¿no?
-No. No hay regreso. No he salido de la normalidad en ningún momento. Y no se puede regresar de dónde uno no se ha marchado.
-Entonces no ha habido cambios…
-Sí los ha habido. Ha habido cambios para que todo siga igual, para mantener la normalidad.
-¿Y eso es bueno o malo?
Wednesday, December 19, 2007
La nariz
Huele raro por aquí. Algo huele a podrido. He mirado debajo de la cama pero no hay nada. En la cocina todo parece normal y el lavabo huele a lejía. Hay un hedor extraño que aparece pronto por la mañana. Me despierta cada día, me acompaña mientras tomo café. Llega con el amanecer, pero nunca se queda hasta mediodía. Algo huele raro por aquí y no logro descubrir qué es.
Ella
-Lo que más rabia me da de ella es que siempre usa diminutivos al hablar. “He comido una ensaladita con una salsita muy rica y luego me he tomado un cafetito”.
-Sí, y luego esta colando constantemente palabras en otros idiomas. Te da la mano y la muy petarda te dice “enchanté”.
-“Enchanté” …no te jode.
-Y luego te dice “Oh, thank you, my darling” y “hoy me siento down”. Lo peor, de hecho, fue lo de ayer. Le conté que, el otro día, en un bar nos trataron fatal desde que nos vieron entrar, y va ella y me suelta: “es que a las mujeres no nos tratan bien si no es dentro de la cocina… es que este es un mundo de hombres …es que no debemos dejar que nos traten así…”. Y yo le digo: “Oye tía, ¿que no te das cuenta? Que yo no tengo problemas por ser mujer, que los tengo por ser negra”. Y se me queda mirando con ojos bizcos. Una petarda, eso es lo que es.
-Sí, y luego esta colando constantemente palabras en otros idiomas. Te da la mano y la muy petarda te dice “enchanté”.
-“Enchanté” …no te jode.
-Y luego te dice “Oh, thank you, my darling” y “hoy me siento down”. Lo peor, de hecho, fue lo de ayer. Le conté que, el otro día, en un bar nos trataron fatal desde que nos vieron entrar, y va ella y me suelta: “es que a las mujeres no nos tratan bien si no es dentro de la cocina… es que este es un mundo de hombres …es que no debemos dejar que nos traten así…”. Y yo le digo: “Oye tía, ¿que no te das cuenta? Que yo no tengo problemas por ser mujer, que los tengo por ser negra”. Y se me queda mirando con ojos bizcos. Una petarda, eso es lo que es.
Wednesday, September 19, 2007
A la memoria de L.
D. despertó sobre el asfalto de una calle que desconocía. Su estómago se revolvía en un malestar que ascendía en forma de náusea hasta la garganta, irritada por el ácido de los jugos gástricos. Una lengua insensible raspaba su paladar reseco y sus labios cortados por el frío temblaban al sostener un cigarro sin encender. No recordaba dónde había dejado su mechero. Su cara húmeda por el sudor frío dibujaba una mueca de dolor. Le dolía la cabeza. Sí, aquello era lo peor. Le dolía a matar.
No recordaba dónde dejó el mechero ni tampoco como había llegado hasta allí, aunque podía estar seguro de que la noche anterior pilló un pedo de puta madre.
Sentado en la acera, con el cigarro pendiendo de su boca, estuvo un buen rato esperando despertarse y, sobretodo, que alguien le diera fuego. Una chiquilla con uniforme y mochila a la espalda, de unos trece o catorce años, se lo dio. Muy simpática, le regaló el mechero.
Fumó lentamente pensando que la cabeza le iba a estallar y que lo mejor sería marcharse de ahí cuanto antes. A saber cuantas horas llevaba tumbado en esa acera. Además, parecía que iba a llover. No obstante, se sentía cansado y no le apetecía ponerse a caminar hacia ninguna dirección así de repente. Un coche de policía, pero, le hizo cambiar de idea. Pasó delante de él, llevando dentro dos agentes, uno de los cuales, el copiloto, le lanzó una mirada de madero gilipollas a través de unas gafas de sol de búho. D. se puso nervioso y se levantó de golpe. El coche patrulla, por suerte, pasó de largo y los agentes no vieron como se tambaleaba D., a punto de desplomarse en el suelo. Se le había cegado la vista y las piernas le flaqueaban. “Se me va la olla” se dijo a si mismo. Se sentía cansado y mareado, apenas podía mantenerse en pie. Y la cabeza la dolía. Le dolía a matar. Se llevó la mano a la parte posterior, dónde el dolor era más fuerte, y notó que estaba mojada y que tenía cosas enredadas en el pelo. “Piedras del suelo”, pensó. Cuando se miró la palma de la mano vio que estaba sucia de sangre roja y que las “pierdas de suelo” eran cristales rotos. Su sangre estaba algo diluida y olía raro. Olía a algo que normalmente huele bien, pero que a esa hora le revolvía el estómago. Necesitó unos segundo para comprenderlo.
“Mmmh… Algún borracho hijo de la gran puta me ha partido una botella de José Cuervo en la cabeza” murmuró finalmente.
Caminó un poco, con idea de buscar ayuda. Pero pronto se sintió muy cansado. Tenía sueño. Decidió que no valía la pena ponerse a caminar ahora, mejor era dormir un rato más.
Se sentó en un portal y encendió un nuevo cigarro. Le dio gracias de nuevo a la chiquilla del uniforme. Sí, muchas gracias. Y sobre un charco de sangre que apestaba a tequila se durmió.
No recordaba dónde dejó el mechero ni tampoco como había llegado hasta allí, aunque podía estar seguro de que la noche anterior pilló un pedo de puta madre.
Sentado en la acera, con el cigarro pendiendo de su boca, estuvo un buen rato esperando despertarse y, sobretodo, que alguien le diera fuego. Una chiquilla con uniforme y mochila a la espalda, de unos trece o catorce años, se lo dio. Muy simpática, le regaló el mechero.
Fumó lentamente pensando que la cabeza le iba a estallar y que lo mejor sería marcharse de ahí cuanto antes. A saber cuantas horas llevaba tumbado en esa acera. Además, parecía que iba a llover. No obstante, se sentía cansado y no le apetecía ponerse a caminar hacia ninguna dirección así de repente. Un coche de policía, pero, le hizo cambiar de idea. Pasó delante de él, llevando dentro dos agentes, uno de los cuales, el copiloto, le lanzó una mirada de madero gilipollas a través de unas gafas de sol de búho. D. se puso nervioso y se levantó de golpe. El coche patrulla, por suerte, pasó de largo y los agentes no vieron como se tambaleaba D., a punto de desplomarse en el suelo. Se le había cegado la vista y las piernas le flaqueaban. “Se me va la olla” se dijo a si mismo. Se sentía cansado y mareado, apenas podía mantenerse en pie. Y la cabeza la dolía. Le dolía a matar. Se llevó la mano a la parte posterior, dónde el dolor era más fuerte, y notó que estaba mojada y que tenía cosas enredadas en el pelo. “Piedras del suelo”, pensó. Cuando se miró la palma de la mano vio que estaba sucia de sangre roja y que las “pierdas de suelo” eran cristales rotos. Su sangre estaba algo diluida y olía raro. Olía a algo que normalmente huele bien, pero que a esa hora le revolvía el estómago. Necesitó unos segundo para comprenderlo.
“Mmmh… Algún borracho hijo de la gran puta me ha partido una botella de José Cuervo en la cabeza” murmuró finalmente.
Caminó un poco, con idea de buscar ayuda. Pero pronto se sintió muy cansado. Tenía sueño. Decidió que no valía la pena ponerse a caminar ahora, mejor era dormir un rato más.
Se sentó en un portal y encendió un nuevo cigarro. Le dio gracias de nuevo a la chiquilla del uniforme. Sí, muchas gracias. Y sobre un charco de sangre que apestaba a tequila se durmió.
Tuesday, August 28, 2007
Pobre chaval
-Disculpe, podría hacer el favor de dejar de desnudarme con la mirada. –Dice ella, con patente ironía en los modales- …Si no le importa, claro.
-Oh, lo siento mucho… -Dice él, neutro. – Pero no se preocupe, aun no le había quitado el sostén.
-Pues no es usted muy habilidoso, la verdad –se ríe ella-. Ya lleva un buen rato.
-Ya, es que tengo un ojo vago.
Y ella piensa: pobre chaval.
Friday, August 03, 2007
Querido Dr. Jeckyll
Como distinguido caballero que es, sabrá de buena manera lo embarazoso que resultan las ventosidades ante la presencia de otras personas y, en especial, de mujeres; además de la incomodidad estomacal que por sí mismas suponen. Por este motivo, le pido y ruego encarecidamente que, a partir de ahora, haga el favor de controlar el consumo de legumbres en la cena, además del de las coles de Bruselas cuya digestión me resulta verdaderamente problemática.
Un saludo,
Mr. Hyde
Saturday, July 14, 2007
Querido sr. S:
Escribo hoy para pedirte ayuda, que sé que me concederás porque quién te la pide es un amigo y porque te servirá para saciar tu curiosidad, la cual despertaré con el relato que sigue.
Hace dos semanas, más o menos, llegué un día tarde al trabajo por la visita de un inspector de policía. Muy pronto por la mañana, habiéndome apenas vestido y sin haber desayunado, llamaron a la puerta un hombre uniformado con cara de sueño y un señor sin uniforme pero con placa también. Muy amablemente me rogaron estos señores si podían hablar conmigo y con todo aquel que viviese en el piso, eso sin disculparse por la temprana hora. Muy amablemente les ofrecí un café que rehusaron y les respondí que justo aquellos días estaba yo solo en la casa, aunque habitualmente solía haber una persona más.
Insistió el inspector (sin uniforme) en que no se trataba de ningún interrogatorio, sino de una simple y rutinaria “recopilación de información” relacionada con mi vecino. Les dije que ni tan siquiera sabía que teníamos vecino, siempre creímos que el piso de al lado estaba vacío. Al parecer un tal V., de unos veintipocos años de edad, vivía pared con pared con nosotros hasta que desapareció dos semanas atrás, siendo este el asunto que la policía deseaba tratar. En ese caso, como está claro, la ayuda que yo pudiera ofrecer era ninguna. Aun así, quizás por compromiso, el inspector charló un poco conmigo mientras que el agente de uniforme se mordía las uñas. Esto fue lo que provocó mi retraso en el trabajo pero valió la pena.
V., al parecer, hizo un viaje de tres días a Al-Haram, en Egipto, del cual, según la compañía aérea, regresó. Y entonces desapareció. Quizás en el aeropuerto, no está muy claro. Su novia denunció la desaparición pasada una semana de su regreso, tras llamar al hotel, a la embajada y a la compañía aérea dónde le aseguraron que V. había tomado el avión de regreso. No había noticia alguna de su equipaje. La teoría de ella (la novia) es que V. sigue en Al-Haram y que alguien tomó en su lugar el vuelo de regreso. “Tonterias” según el inspector. A mi no me parece tan descabellado aunque, no obstante, la explicación más simple es que desapareciera una vez hubiera regresado. Se despidió el inspector concertando una “casi segura entrevista para la semana que viene” que nunca tuvo lugar.
Con quién sí tuve una entrevista fue con los padres de V. quienes, sospechosos de cierto escepticismo y pasividad policial, decidieron “recopilar información” por ellos mismos. Unos señores ya mayores, muy formales, muy atentos y comprensivos incluso en la situación que estaban viviendo. Sin poderles dar yo nada me agradecieron con insistencia que, como mínimo, les hubiese atendido. De ellos saqué que V. era dependiente en una ferretería, aunque había estudiado en la universidad, creo que Geografía. Que le gustaba mucho la música y tenía especial interés por la historia, en concreto, la Baja Edad Media. Era militante del Partido Comunista, como su padre. Había ido a una especie de encuentro, allá en Al-Haram, relacionado con el Partido. No hubo forma de localizar a los organizadores.
Sin que yo me sorprendiera demasiado, pasados unos días, acudió también la novia de V., una chica bastante guapa. El motivo de su visita era idéntico al de las dos últimas entrevistas aquí descritas, cosa que en la presente mencioné por su evidente relevancia. La novia de V. se alteró bastante al oír que los padres fueron los segundos visitantes, pues, según afirmó con seguridad, estos, en realidad, habían muerto años atrás en un accidente de coche. De viaje por Bulgaria, creo. A partir de este punto la chica, más que preguntarme por V., de quién yo poca información podía dar, lo hizo sobre la visita de los supuestos padres. Les describí a ellos y el desarrollo del encuentro. Ella negaba con la cabeza sin parar. Según me dijo, casi todo en cuanto aquellos señores habían dicho sobre V. era mentira, salvo que era militante del Partido Comunista (como lo fue su padre en vida) y que tenía afición por la música, pero no demasiada. Su novio en realidad era cocinero, y nunca había estado en la universidad. Tampoco había ninguna reunión en Al-Haram, V. había ido a ver a un amigo, P. (que ella también conocía y con quien también tenía amistad) y para visitar el país pues, en lugar de interesarse por la Edad media, su interés en la historia recaía realmente en el Antiguo Egipto. A P. lo llamó hacía más de una semana pero este aseguró no saber nada del paradero de su novio, ni tan solo haber hablado con él en los últimos tres meses. Es más, desde hacía varias semanas ya no vivía en Al-Haram, sino que se había trasladado a Abu Halab.
La chica supuso que los “padres” estaban relacionados con quién fuera (quizás ellos mismos) que se hizo pasar por V. en su viaje de vuelta y responsables de su desaparición. Puse en duda la suplantación en el avión a lo que ella no veía otra posibilidad ya que, según me contó, ella esperó en el aeropuerto ante la única puerta de salida hasta que el avión quedó vacío. También puse en duda que ella fuese quien decía ser, pues tanto podían mentirme los señores de la anterior entrevista como ella misma. Se echó a reír pero se detuvo en seco y mirando al suelo reconoció que mi duda era razonable. Me mostró una foto de los dos, que podría ser falsa, pero que me permitió poner rostro (aunque no fuese verdadero) a V. No muy alto, con el pelo corto, de ojos azules (como lo fueron los míos), boca pequeña y labios finos, joven pero con cara cansada. Muy delgado. Mientras miraba la foto, ella, más pensando en voz alta que hablando conmigo, planteaba la posibilidad de que la desaparición tuviera algo que ver con el Partido Comunista, por ser lo único verdadero mencionado por “sus suegros”. Luego mencionó algo más sobre egiptología pero su discurso se oscurecía hacia el monologo interior y yo me perdí.
Al final me dio su teléfono y dio gracias tanto como disculpas. Cuando se marchó, sin mucha reflexión, decidí que creería su versión.
Esta mañana ha llegado N. Se lo he contado todo y le he advertido de una poco probable visita de la policía para hablar con él. Se ha reído un buen rato y luego me ha dicho que en una ocasión habló con V. (dice que creía habérmelo contado). Al parecer, hacía unos meses, llamó un día a nuestra puerta para preguntar sí nos habían cortado el agua, ya que a él, al parecer, sí. N. lo comprobó y le dijo que sí (hubo una avería en el edificio) y entonces le regaló una botella por si le entraba sed. Y eso es todo. Luego me ha contado que solía oírle a través de la pared de su habitación, que debía comunicar con el salón de la otra casa. Se oían “curiosas reuniones” en las que normalmente, al principio, se escuchaba una única voz soltando frases cortas entre largos silencios. Luego esa misma voz hacía una especie de recitado que otras voces repetían a coro. Finalmente, todas las voces a cantaban un poco y luego hablaban normal. Todo muy serio, nada de risas. N. no entendía nada de lo que decían, quizás porque hablaban en otro idioma o quizás no. Él solo ve dos explicaciones: que fueran mormones e hicieran sus rezos y cantos o que dieran clases de idiomas.
Llegando al final de la carta, despertada tu curiosidad, te pido ayuda. Yo sé, aunque tú no sabes cómo, que tienes un amigo en la embajada de Egipto, la relación con el cual procuras mantener oculta (ya lo sabes, soy una tumba). En todo caso te pido (y sé que lo harás) que hagas una llamada a tu amigo y preguntes por V. Aquello que no estoy tan seguro que hagas es escribir una respuesta a esta carta con las respuestas de tu amigo; y es en ello en lo que entra en juego tu altruismo dejando de lado la simple satisfacción personal que supone saciar la curiosidad.
No te olvida, R
Tuesday, June 12, 2007
Las cosas que van bien
-¿Cómo va todo?¿Sigues escribiendo?
-Pues no últimamente… No mucho. Aunque tengo algunas ideas. Sí, algo está rondando por mi cabeza. Algo nuevo. Se trata de algo extenso, quizás una novela. O una novela corta. Trata de un escritor que se ha quedado sin ideas y que comienza ha experimentar un importante cambio en su vida. Posiblemente a raíz de conocer un nuevo amor. Todo ello le llevará a recuperar la inspiración.
-¿La inspiración?
-Sí, sí, la inspiración. Va muy unida al amor. Y a los cambios vitales. Creo que puede salir una buena historia.
-Parece original.
-Sí.
-No, no, en serio. No es original, es una mierda… Es que pareces tonto, la verdad. ¿Qué es eso de la inspiración y el amor y esas cosas? Que te lo digo en serio, ¿eh? Que no me estoy quedando contigo. Es que no sé qué coño les pasa a los escritores que ya no saben hablar más que de escritores. Siempre la misma historia, la misma mierda. Yo no sé ni porqué estoy perdiendo el tiempo hablando aquí contigo, cacho idiota.
Y entonces me marché.
Saturday, June 02, 2007
Agua cerrada
Se suele rehusar el uso de los servicios públicos por su habitual mal estado, su inevitable suciedad y su previsible mal olor.
En cuanto al olor a mierda, no resulta tan terrible teniendo en cuenta su previsibilidad. Peor es encontrarse un olor de origen desconocido, que nos coja desprevenidos y que despierte nuestra imaginación.
Friday, May 11, 2007
L. pasando calor
A L. le dolía la cabeza y tenía calor. Despertó con la incomodidad de las sábanas pegadas a su cuerpo sudado. Las apartó y durante un rato intentó dormirse de nuevo. No lo consiguió, el cubrecama seguía pegándose a la piel. Se levantó al fin para ir al lavabo y echarse agua en la cara. Como aquello la alivió ligeramente decidió ducharse. Uno minutos bajo el agua fría que ahuyentaron temporalmente la sensación de calor, pero no el dolor de cabeza. Pensó que necesitaba un café, pero la bebida caliente no la atraía. Y el café con hielo le daba asco.
Secándose con la toalla recuperó el calor, y su cuerpo comenzó a sudar de nuevo. Decidió salir de la casa e ir a buscar a M. ¿Por qué? No lo sabía, tan solo tenía la necesidad de encontrarse con él. Quizás tenía que ver con el calor.
Al salir a la calle su vista emblanqueció, sus ojos se cerraron y experimentó un dolor punzante en la frente. Se puso las gafas de sol y tardó unos segundos en acostumbrarse a la luz. En estos segundos percibió también el olor del calor, ese hedor espeso en el aire. Cuando comenzó a caminar el aire produjo sensación de frescor sobre su húmeda piel. Pensó en acercarse al trabajo de M. caminando, pues resultaba más agradable que usar el autobús que, aunque provisto de aire acondicionado, el calor humano que en él se concentra alimenta una atmósfera más asfixiante que el exterior bañado por el sol. En cualquier caso, tampoco tenía dinero o bono.
Caminó veinte minutos hasta que comenzó a dolerle más la cabeza. El sol azotaba violentamente su nuca. Se mareó.
Quedaba el metro. Subterráneo, con luz artificial, refrigerado en los vagones pero ardiente en el andén. No lo pensó mucho. Se coló en la estación más cercana y llegó al andén dónde la pantalla luminosa indicaba la llegada del próximo tren en cuatro minutos. L. deseó reventar esa pantalla de una pedrada. Un tipo gordo, que con tres botones de la camisa abiertos mostraba los pelos blancos empapados en sudor de su pecho, observó con descaro la silueta de L. dibujada en una camiseta y unos vaqueros cortos que, como sucediera con las sábanas, se le pegaban a la carne. De nuevo L. deseó lanzar una pedrada. [A pesar del sofoco, hubo un instante en que un escalofrío le recorrió el cuerpo al sentir una gruesa gota deslizarse por su espalda.]
Llegó el tren y entró en el vagón por los empujones de los que venían detrás. Se agarró a la barra metálica, tibia y resbaladiza por las manos del centenar de personas que la habían usado hasta esa hora. Intentó encontrar algún punto frío, que nadie hubiera tocado aun, en los extremos más alto y más bajo del estrecho cilindro -era un chica de estatura normal. No hubo suerte. El tipo gordo, además, se sujetaba en la misma barra y balanceaba su cuerpo simulando que el motivo de ello era la inestabilidad del vagón en marcha, aunque, de ser así, sus movimientos eran demasiado exagerados. L. pronto observó como el gordo de ese modo se esforzaba con poca discreción a rozar su cadera con la de ella. L. soltó la barra.
-Eres un cerdo, gordo cabrón. –Dijo sin exclamar. Se alejó del hombre mientras este decía, exclamando:
-¡Pero qué dices niña!¿A qué viene eso?¡Tu a mi no me insultas!
Llegando al fondo del vagón una voz la llamó por su nombre. L. encontró sonriente a alguien que conocía, R. Un tipo cejijunto, muy listo, pero, precisamente por eso, demasiado arrogante.
-¿Qué tal L.? Tienes mala cara.-Dijo.
L. se sentó a su lado e intento sin éxito esbozar una sonrisa.
-Hace mucho calor.-Respondió ella.
-Ya. –Dijo él. Bastante animado, cosa que sorprendió levemente a L. sabiendo que R. era un tipo que muy a menudo solía estar enfadado con todo y con todos, observando el devenir del mundo como quién observa a su perro refregándose en el césped. Pero era un tipo listo y costaba reprochárselo. -Bueno, ya era hora que llegara el calor, ¿no?
-No.
-Me parece que alguien viene con resaca.
-¿A sí? ¿Quién?
-¿A dónde fuisteis ayer?
-Por ahí.
-Bueno, bueno. No digo nada más.
-No, si no es eso… Lo que pasa que tengo un mal día. Y ese tío gordo no paraba de sobarme.
-La gente no sabe controlarse en verano. El sol les calienta la cabeza y se tornan todos tontos. No deberían salir de casa en verano. No se deberían tomar decisiones importantes, ¿sabes? Me refiero a lo político… y a todo, de hecho. El mundo debería cerrar en verano y hacer lo que hacen los osos en invierno. O sea: nada.
-Esta conversación me esta dando mucho calor, ¿sabes? ¿Por qué no…?
-¿Por qué no qué?
L. no respondió.
-Bueno, ¿y a dónde vas ahora? -Preguntó al poco R.
-Voy a ver a M.
-¿No está trabajando?
-Sí.
-Le llamé ayer, pero no contestaba.
-Ya. Se dejó el teléfono en casa.
-Oye, no te cabrees, pero ¿te importa quitarte las gafas de sol?
L. se palpó el rostro con un gesto casi involuntario y comprobó, sorprendida, que aun llevaba puestas las gafas. Lo había olvidado. Se las puso sobre la cabeza y advirtió el cambio de luz y cómo ahora veía mejor.
-Bueno, -continuó R.- y ¿con quién has dicho que fuiste ayer?
-No lo he dicho.
-Lo sé.
Hubo un silencio. R. Miraba fijamente a L. y ella procuraba mirar la nada aparentando desinterés. Pero al final se cansó:
-¡Bueno, vale! Ayer salimos con V. y P. Salimos y nos los pasamos de puta madre. En parte porque no hacía tanto calor.
-No sé como podéis ir con esos impresentables. Vaya par de desgraciados.
-¡Vete a la mierda, R! Siempre juzgando a la gente porque sí. Si te caen mal, te jodes; pero no me lo repitas cada vez que nos vemos.
-Te lo digo porque creo que son mala gente. Y creo que valéis más como para ir con ellos.
El rostro de L. enrojeció. Notó como los brazos sudaban de nuevo y que no podía contener la lengua:
-¡Qué te den por culo! ¿Qué coño vas a saber tú? Siempre dándole un valor a la gente, ¿qué significa eso de valemos más?¿Y quién coño eres tu para decidir con quién me conviene ir? Yo salgo con quién quiero y de no ser así no saldría contigo. A ratos voy con unos y a ratos con otros, y ya está. Siempre acaparando la gente para ti.
-Bueno, L., no es…
-Qué te den por el culo, R. Ya estoy lo bastante hecha polvo como para que vengas a calentarme la cabeza. Cómo si no hiciera suficiente calor ya… Yo me bajo en esta.
Aun faltaban un par de minutos para llegar a la siguiente estación, pero L. se puso de pié ante la puerta. Y los minutos permanecieron en silencio.
Y llegó el tren a la estación. L. soltó un fugaz adiós y se adentró de nuevo en una irrespirable atmósfera de calor sofocante. Se apresuró en salir al exterior del metro esperando encontrarse un cambio de temperatura suficientemente notable, hasta el punto que indujera a creer que al aire libre no se estaba tan mal. El cambio no fue tan sensible como ella esperaba y además allí afuera estaba el sol radiando con fuerza sobre el asfalto. Se disgustó, pero situó las gafas de sol ante sus ojos y comenzó a caminar, recuperando levemente el frescor del aire sobre su piel sudada.
Caminó diez minutos hasta alcanzar el lugar de trabajo de M., una tienda de instalación de antenas parabólicas. Cuando entró en el local y se detuvo ante el mostrador, experimentó en pocos segundos un sofoco de calor. Ya no estaba húmeda, sino mojada, empapada en sudor. Notó como se le enrojecían la mejillas y la vista se le nublaba ligeramente. Dos tipos cuarentones, hermanos seguramente (por semejanzas de cuerpo y gestos), la miraron interrogativamente imaginando, lo más seguro, que no se trataba de una clienta. L., antes de hablar, desplazó las gafas de sol sobre su cabeza.
-Busco a M.
-Está en el almacén. –Contestó automáticamente uno de los hombres. Apareció en ese momento, desde la trastienda, un chico joven, regordete, que miró sonriente a L.
-Hola, L. –Dijo con la confianza de los que se conocen y son amigos. A L. le sonaba aquel chaval. De vista. Era compañero de trabajo de M., claro.- ¿Buscas a M.? Está en el almacén. Es el otro local, el del final de la calle.
-Anda, acompáñala. –Dijo unos de los hermanos. Según entendió L., para quitársela de encima.
El chico dijo a L. que le siguiera. Ella lo hizo recolocándose las gafas y despidiéndose de los dos hombres con un inaudible adiós. En la calle las mejillas de L. pasaron de rojas a sonrojadas, pero aun algunas gotas recorrían su costado desde la axila hasta la cadera. El chico caminaba delante y de vez en cuando giraba su sonriente cabeza para comprobar, quizás, que aquella chica de pocas palabras siguiera ahí.
Llegaron a la entrada del almacén ante la que el chico se detuvo, como si una fuerza invisible le impidiera entrar en él.
-Yo tengo que dejarte aquí –Dijo.- M. está ahí dentro. Yo tengo que volver.
-Vale, gracias.
-Adiós L.
-Sí, adiós.
El chico sonrió un poco más antes de marcharse realmente.
L. entró en el almacén que era oscuro, lo que le daba cierto frescor. Olía, eso sí, a humedad. Caminó por un estrecho pasillo de cajas de cartón, encontrándose al final con una estancia pequeña dónde M. colocaba más cajas en estanterías. Cuando vio a L. se quedó inmóvil, con cara de sorpresa, sujetando una caja entre las manos. También L. se sorprendió al ver a M., con los brazos temblorosos, la espalda encorvada y unos ojos cansados, rodeados de color morado. El rostro de M. brillaba, y sus poros se distinguían desde dónde L. se encontraba.
-¿Qué haces tú aquí? – Preguntó M.
L. se preocupó al hacerse ella misma esa pregunta. De repente no podía recordar porqué, al salir de la ducha, decidió ir a buscar a M. Pronto advirtió confusa y avergonzada que en ningún momento pensó un porqué. Lo decidió y basta.
-No lo sé. –Contestó ella.
-¿Cómo que no lo sabes? –Dijo M. dejando la caja en el suelo y acercándose a ella con la mirada fija. L. procuraba evitarla y hablaba mirando las cajas de las estancias, leyendo lo que había escrito en ellas.
-Pues no sé. Hacía calor y he venido.
-¿Pero tú sabes que hora es? ¿Qué has dormido, tres horas? Tres horas no, porque has llegado hasta aquí. ¿Has estado tan solo dos horas en la cama?
La vergüenza y el calor hicieron que le picara todo el cuerpo. Con una mano se frotó nerviosamente la cara encontrándose con que llevaba las gafas puestas. Se las quitó y empezó a manosearlas.
-Hacía mucho calor, -dijo- no podía dormir.
-No me extraña.-Dijo M., intentando rodearla con los brazos por la cintura. Ella se echó para atrás. Demasiado calor para que nadie la tocara. Le sobraban los brazos que la hacían sudar, le sobraba el pelo, separaba las piernas para no tocarlas entre sí. -¿Has visto qué cara llevas, L.?
No, no la había visto. O sí. Antes, en el espejo del lavabo. Claro. Pero en ese momento no se había fijado en su aspecto. En todo caso ahora ya había visto la cara de él y supuso que la suya debía tener unos colores similares.
-L., -dijo él agarrándola de las manos- ¿por qué no vuelves a casa y duermes un rato más? Yo volveré a mediodía y té despertaré.
-No puedo dormir con este calor.
El teléfono de M. sonó. Él lo cogió y miró la pantalla sin contestar.
-Es R.
-No contestes. –Se apresuró a decir ella.
-Ayer ya no le contesté.
-No lo hagas ahora tampoco. Te llama porque sabe que estoy aquí contigo. Me lo he encontrado en el metro y se me ha puesto en plan gilipollas. Ya sabes a que me refiero. -L. sabía que M. lo sabía. M. no contestó al teléfono, lo guardó en el bolsillo mientras seguía sonando.
-Esta bien, -dijo M.- ahora L., vete a casa, échate en la cama y procura dormir unas horas. Yo vendré a mediodía.
L. quería enfadarse con M., porque la estaba tratando como a una niña, pero no podía. Nunca podía. Entendió que estaba preocupado y por ello se sintió culpable a la vez que se lo reprochó, por ser tan paternalista. No podía soportarlo.
-No pasa nada. Me voy.
Se despidieron besándose y L. se puso las gafas otra vez. Caminó apresurándose, con ganas de marcharse del lugar, por entre el pasillo de cajas hasta la salida.
Dos italianos altos y moldeados en gimnasio, con camiseta blanca sin mangas, gafas de sol de búho y el pelo muy corto, comían Chupa Chups y hablaban animados ante la puerta del almacén impidiendo que L. saliera. Ella les llamó la atención y ambos recorrieron la mirada por L. desde los pies hasta la cabeza.
-Pasa, chica bonita. –Dijo con terrible acento uno de ellos, dejándole paso a continuación. L. no dijo nada. También ahora se hubiera enfadado, pero el olor de la calle ardiente hizo que se olvidara de los italianos, pensando únicamente que se había sumergido en un mar de agua caliente.
De camino al metro, recordó los instantes en que se había despertado, incómoda, en aquella cama. Entonces le dolía más la cabeza, ahora le dolía menos. Pero el calor era el mismo. Recordó cuando estaba en el baño, al salir de la ducha, tomando la decisión de ir a buscar a M. ¿Por qué? Recordó todo el camino recorrido, hasta llegar allí. El gordo. Y el calor. Por un momento le entraron ganas de llorar, pero se contuvo y al rato se le pasó.
Cerca del metro, de repente, por la misma razón por la que fue a buscar a M., L. decidió levantar la vista y mirar directamente al sol. En segundos la vista se le cegó, todo en cuanto veía era blanco y la frente le comenzaba a doler otra vez. Apartó entonces la mirada, cerrando los ojos con fuerza esperando recuperar la visión normal. Y así tropezó con algo y cayó de frente contra el asfalto caliente, anteponiendo el brazo izquierdo a modo de reflejo. Sintió un dolor fuerte en aquel brazo, había caído sobre algo. Se incorporó y, caminando de nuevo, se llevó la mano al brazo dolorido notando que ahora sudaba más que nunca. El sudor le caía a chorros. Vio entonces que no era sudor sino sangre. Se detuvo para ver sorprendida, más que presa del terror, como toda la camiseta y el pantalón estaban manchados en rojo. Pensó que debería ponerse a chillar de dolor, pero tan solo sentía un fuerte ardor por dónde brotaba la sangre. Pronto las piernas se doblaron débiles ante el peso del cuerpo y L. cayó de espaldas. Y tendida sobre el asfalto sentía como iba mojándose su espalda. Una mujer acudió en su socorro, se arrodilló ante ella con rostro de espanto y se echó a llorar ante la impotencia. Y L., al final, sonrió por primera vez en aquella mañana y lo último que dijo fue:
-¡Tengo frío!
Secándose con la toalla recuperó el calor, y su cuerpo comenzó a sudar de nuevo. Decidió salir de la casa e ir a buscar a M. ¿Por qué? No lo sabía, tan solo tenía la necesidad de encontrarse con él. Quizás tenía que ver con el calor.
Al salir a la calle su vista emblanqueció, sus ojos se cerraron y experimentó un dolor punzante en la frente. Se puso las gafas de sol y tardó unos segundos en acostumbrarse a la luz. En estos segundos percibió también el olor del calor, ese hedor espeso en el aire. Cuando comenzó a caminar el aire produjo sensación de frescor sobre su húmeda piel. Pensó en acercarse al trabajo de M. caminando, pues resultaba más agradable que usar el autobús que, aunque provisto de aire acondicionado, el calor humano que en él se concentra alimenta una atmósfera más asfixiante que el exterior bañado por el sol. En cualquier caso, tampoco tenía dinero o bono.
Caminó veinte minutos hasta que comenzó a dolerle más la cabeza. El sol azotaba violentamente su nuca. Se mareó.
Quedaba el metro. Subterráneo, con luz artificial, refrigerado en los vagones pero ardiente en el andén. No lo pensó mucho. Se coló en la estación más cercana y llegó al andén dónde la pantalla luminosa indicaba la llegada del próximo tren en cuatro minutos. L. deseó reventar esa pantalla de una pedrada. Un tipo gordo, que con tres botones de la camisa abiertos mostraba los pelos blancos empapados en sudor de su pecho, observó con descaro la silueta de L. dibujada en una camiseta y unos vaqueros cortos que, como sucediera con las sábanas, se le pegaban a la carne. De nuevo L. deseó lanzar una pedrada. [A pesar del sofoco, hubo un instante en que un escalofrío le recorrió el cuerpo al sentir una gruesa gota deslizarse por su espalda.]
Llegó el tren y entró en el vagón por los empujones de los que venían detrás. Se agarró a la barra metálica, tibia y resbaladiza por las manos del centenar de personas que la habían usado hasta esa hora. Intentó encontrar algún punto frío, que nadie hubiera tocado aun, en los extremos más alto y más bajo del estrecho cilindro -era un chica de estatura normal. No hubo suerte. El tipo gordo, además, se sujetaba en la misma barra y balanceaba su cuerpo simulando que el motivo de ello era la inestabilidad del vagón en marcha, aunque, de ser así, sus movimientos eran demasiado exagerados. L. pronto observó como el gordo de ese modo se esforzaba con poca discreción a rozar su cadera con la de ella. L. soltó la barra.
-Eres un cerdo, gordo cabrón. –Dijo sin exclamar. Se alejó del hombre mientras este decía, exclamando:
-¡Pero qué dices niña!¿A qué viene eso?¡Tu a mi no me insultas!
Llegando al fondo del vagón una voz la llamó por su nombre. L. encontró sonriente a alguien que conocía, R. Un tipo cejijunto, muy listo, pero, precisamente por eso, demasiado arrogante.
-¿Qué tal L.? Tienes mala cara.-Dijo.
L. se sentó a su lado e intento sin éxito esbozar una sonrisa.
-Hace mucho calor.-Respondió ella.
-Ya. –Dijo él. Bastante animado, cosa que sorprendió levemente a L. sabiendo que R. era un tipo que muy a menudo solía estar enfadado con todo y con todos, observando el devenir del mundo como quién observa a su perro refregándose en el césped. Pero era un tipo listo y costaba reprochárselo. -Bueno, ya era hora que llegara el calor, ¿no?
-No.
-Me parece que alguien viene con resaca.
-¿A sí? ¿Quién?
-¿A dónde fuisteis ayer?
-Por ahí.
-Bueno, bueno. No digo nada más.
-No, si no es eso… Lo que pasa que tengo un mal día. Y ese tío gordo no paraba de sobarme.
-La gente no sabe controlarse en verano. El sol les calienta la cabeza y se tornan todos tontos. No deberían salir de casa en verano. No se deberían tomar decisiones importantes, ¿sabes? Me refiero a lo político… y a todo, de hecho. El mundo debería cerrar en verano y hacer lo que hacen los osos en invierno. O sea: nada.
-Esta conversación me esta dando mucho calor, ¿sabes? ¿Por qué no…?
-¿Por qué no qué?
L. no respondió.
-Bueno, ¿y a dónde vas ahora? -Preguntó al poco R.
-Voy a ver a M.
-¿No está trabajando?
-Sí.
-Le llamé ayer, pero no contestaba.
-Ya. Se dejó el teléfono en casa.
-Oye, no te cabrees, pero ¿te importa quitarte las gafas de sol?
L. se palpó el rostro con un gesto casi involuntario y comprobó, sorprendida, que aun llevaba puestas las gafas. Lo había olvidado. Se las puso sobre la cabeza y advirtió el cambio de luz y cómo ahora veía mejor.
-Bueno, -continuó R.- y ¿con quién has dicho que fuiste ayer?
-No lo he dicho.
-Lo sé.
Hubo un silencio. R. Miraba fijamente a L. y ella procuraba mirar la nada aparentando desinterés. Pero al final se cansó:
-¡Bueno, vale! Ayer salimos con V. y P. Salimos y nos los pasamos de puta madre. En parte porque no hacía tanto calor.
-No sé como podéis ir con esos impresentables. Vaya par de desgraciados.
-¡Vete a la mierda, R! Siempre juzgando a la gente porque sí. Si te caen mal, te jodes; pero no me lo repitas cada vez que nos vemos.
-Te lo digo porque creo que son mala gente. Y creo que valéis más como para ir con ellos.
El rostro de L. enrojeció. Notó como los brazos sudaban de nuevo y que no podía contener la lengua:
-¡Qué te den por culo! ¿Qué coño vas a saber tú? Siempre dándole un valor a la gente, ¿qué significa eso de valemos más?¿Y quién coño eres tu para decidir con quién me conviene ir? Yo salgo con quién quiero y de no ser así no saldría contigo. A ratos voy con unos y a ratos con otros, y ya está. Siempre acaparando la gente para ti.
-Bueno, L., no es…
-Qué te den por el culo, R. Ya estoy lo bastante hecha polvo como para que vengas a calentarme la cabeza. Cómo si no hiciera suficiente calor ya… Yo me bajo en esta.
Aun faltaban un par de minutos para llegar a la siguiente estación, pero L. se puso de pié ante la puerta. Y los minutos permanecieron en silencio.
Y llegó el tren a la estación. L. soltó un fugaz adiós y se adentró de nuevo en una irrespirable atmósfera de calor sofocante. Se apresuró en salir al exterior del metro esperando encontrarse un cambio de temperatura suficientemente notable, hasta el punto que indujera a creer que al aire libre no se estaba tan mal. El cambio no fue tan sensible como ella esperaba y además allí afuera estaba el sol radiando con fuerza sobre el asfalto. Se disgustó, pero situó las gafas de sol ante sus ojos y comenzó a caminar, recuperando levemente el frescor del aire sobre su piel sudada.
Caminó diez minutos hasta alcanzar el lugar de trabajo de M., una tienda de instalación de antenas parabólicas. Cuando entró en el local y se detuvo ante el mostrador, experimentó en pocos segundos un sofoco de calor. Ya no estaba húmeda, sino mojada, empapada en sudor. Notó como se le enrojecían la mejillas y la vista se le nublaba ligeramente. Dos tipos cuarentones, hermanos seguramente (por semejanzas de cuerpo y gestos), la miraron interrogativamente imaginando, lo más seguro, que no se trataba de una clienta. L., antes de hablar, desplazó las gafas de sol sobre su cabeza.
-Busco a M.
-Está en el almacén. –Contestó automáticamente uno de los hombres. Apareció en ese momento, desde la trastienda, un chico joven, regordete, que miró sonriente a L.
-Hola, L. –Dijo con la confianza de los que se conocen y son amigos. A L. le sonaba aquel chaval. De vista. Era compañero de trabajo de M., claro.- ¿Buscas a M.? Está en el almacén. Es el otro local, el del final de la calle.
-Anda, acompáñala. –Dijo unos de los hermanos. Según entendió L., para quitársela de encima.
El chico dijo a L. que le siguiera. Ella lo hizo recolocándose las gafas y despidiéndose de los dos hombres con un inaudible adiós. En la calle las mejillas de L. pasaron de rojas a sonrojadas, pero aun algunas gotas recorrían su costado desde la axila hasta la cadera. El chico caminaba delante y de vez en cuando giraba su sonriente cabeza para comprobar, quizás, que aquella chica de pocas palabras siguiera ahí.
Llegaron a la entrada del almacén ante la que el chico se detuvo, como si una fuerza invisible le impidiera entrar en él.
-Yo tengo que dejarte aquí –Dijo.- M. está ahí dentro. Yo tengo que volver.
-Vale, gracias.
-Adiós L.
-Sí, adiós.
El chico sonrió un poco más antes de marcharse realmente.
L. entró en el almacén que era oscuro, lo que le daba cierto frescor. Olía, eso sí, a humedad. Caminó por un estrecho pasillo de cajas de cartón, encontrándose al final con una estancia pequeña dónde M. colocaba más cajas en estanterías. Cuando vio a L. se quedó inmóvil, con cara de sorpresa, sujetando una caja entre las manos. También L. se sorprendió al ver a M., con los brazos temblorosos, la espalda encorvada y unos ojos cansados, rodeados de color morado. El rostro de M. brillaba, y sus poros se distinguían desde dónde L. se encontraba.
-¿Qué haces tú aquí? – Preguntó M.
L. se preocupó al hacerse ella misma esa pregunta. De repente no podía recordar porqué, al salir de la ducha, decidió ir a buscar a M. Pronto advirtió confusa y avergonzada que en ningún momento pensó un porqué. Lo decidió y basta.
-No lo sé. –Contestó ella.
-¿Cómo que no lo sabes? –Dijo M. dejando la caja en el suelo y acercándose a ella con la mirada fija. L. procuraba evitarla y hablaba mirando las cajas de las estancias, leyendo lo que había escrito en ellas.
-Pues no sé. Hacía calor y he venido.
-¿Pero tú sabes que hora es? ¿Qué has dormido, tres horas? Tres horas no, porque has llegado hasta aquí. ¿Has estado tan solo dos horas en la cama?
La vergüenza y el calor hicieron que le picara todo el cuerpo. Con una mano se frotó nerviosamente la cara encontrándose con que llevaba las gafas puestas. Se las quitó y empezó a manosearlas.
-Hacía mucho calor, -dijo- no podía dormir.
-No me extraña.-Dijo M., intentando rodearla con los brazos por la cintura. Ella se echó para atrás. Demasiado calor para que nadie la tocara. Le sobraban los brazos que la hacían sudar, le sobraba el pelo, separaba las piernas para no tocarlas entre sí. -¿Has visto qué cara llevas, L.?
No, no la había visto. O sí. Antes, en el espejo del lavabo. Claro. Pero en ese momento no se había fijado en su aspecto. En todo caso ahora ya había visto la cara de él y supuso que la suya debía tener unos colores similares.
-L., -dijo él agarrándola de las manos- ¿por qué no vuelves a casa y duermes un rato más? Yo volveré a mediodía y té despertaré.
-No puedo dormir con este calor.
El teléfono de M. sonó. Él lo cogió y miró la pantalla sin contestar.
-Es R.
-No contestes. –Se apresuró a decir ella.
-Ayer ya no le contesté.
-No lo hagas ahora tampoco. Te llama porque sabe que estoy aquí contigo. Me lo he encontrado en el metro y se me ha puesto en plan gilipollas. Ya sabes a que me refiero. -L. sabía que M. lo sabía. M. no contestó al teléfono, lo guardó en el bolsillo mientras seguía sonando.
-Esta bien, -dijo M.- ahora L., vete a casa, échate en la cama y procura dormir unas horas. Yo vendré a mediodía.
L. quería enfadarse con M., porque la estaba tratando como a una niña, pero no podía. Nunca podía. Entendió que estaba preocupado y por ello se sintió culpable a la vez que se lo reprochó, por ser tan paternalista. No podía soportarlo.
-No pasa nada. Me voy.
Se despidieron besándose y L. se puso las gafas otra vez. Caminó apresurándose, con ganas de marcharse del lugar, por entre el pasillo de cajas hasta la salida.
Dos italianos altos y moldeados en gimnasio, con camiseta blanca sin mangas, gafas de sol de búho y el pelo muy corto, comían Chupa Chups y hablaban animados ante la puerta del almacén impidiendo que L. saliera. Ella les llamó la atención y ambos recorrieron la mirada por L. desde los pies hasta la cabeza.
-Pasa, chica bonita. –Dijo con terrible acento uno de ellos, dejándole paso a continuación. L. no dijo nada. También ahora se hubiera enfadado, pero el olor de la calle ardiente hizo que se olvidara de los italianos, pensando únicamente que se había sumergido en un mar de agua caliente.
De camino al metro, recordó los instantes en que se había despertado, incómoda, en aquella cama. Entonces le dolía más la cabeza, ahora le dolía menos. Pero el calor era el mismo. Recordó cuando estaba en el baño, al salir de la ducha, tomando la decisión de ir a buscar a M. ¿Por qué? Recordó todo el camino recorrido, hasta llegar allí. El gordo. Y el calor. Por un momento le entraron ganas de llorar, pero se contuvo y al rato se le pasó.
Cerca del metro, de repente, por la misma razón por la que fue a buscar a M., L. decidió levantar la vista y mirar directamente al sol. En segundos la vista se le cegó, todo en cuanto veía era blanco y la frente le comenzaba a doler otra vez. Apartó entonces la mirada, cerrando los ojos con fuerza esperando recuperar la visión normal. Y así tropezó con algo y cayó de frente contra el asfalto caliente, anteponiendo el brazo izquierdo a modo de reflejo. Sintió un dolor fuerte en aquel brazo, había caído sobre algo. Se incorporó y, caminando de nuevo, se llevó la mano al brazo dolorido notando que ahora sudaba más que nunca. El sudor le caía a chorros. Vio entonces que no era sudor sino sangre. Se detuvo para ver sorprendida, más que presa del terror, como toda la camiseta y el pantalón estaban manchados en rojo. Pensó que debería ponerse a chillar de dolor, pero tan solo sentía un fuerte ardor por dónde brotaba la sangre. Pronto las piernas se doblaron débiles ante el peso del cuerpo y L. cayó de espaldas. Y tendida sobre el asfalto sentía como iba mojándose su espalda. Una mujer acudió en su socorro, se arrodilló ante ella con rostro de espanto y se echó a llorar ante la impotencia. Y L., al final, sonrió por primera vez en aquella mañana y lo último que dijo fue:
-¡Tengo frío!
Wednesday, May 02, 2007
Torpes disparos
Recientemente he encontrado un comentario sobre el texto “Sobre los Tous y su nueva línea de pircings craneales” que publiqué anteriormente en este mismo blog. Es algo que escribí en un impulso de ira (como ahora escribo esto) frente a la polémica entorno al suceso del vigilante de seguridad de los Tous que no hace falta volver explicar. Por ser un texto de reacción y enfado reconozco en él, leyéndolo hoy, diversos errores e incoherencias en cuanto a la forma cómo está escrito; el contenido, no obstante, es claro y lo mantengo con firmeza como válido.
Hubo alguien (no dejó nombre) que, ante mi perplejidad, dejó el siguiente comentario sobre el texto:
Anonymous dijo...
me da pena la gente que se alegra de las desgracias de los demas. la gente que les gustaria tener la vida de los demas y como no pueden ya se sabe........ el que defiende lo indefendible. y el que habla y no da la cara. asi sois recelosos, envidiosos, miedosos. os levantais con ganas de que acabe el dia porque odias vuestras miseras vidas. teneis la esperanza de que vuestras vidas puedan cambiar y os dormis con la esperanza de no levantaros. os alegrais del mal ajeno porque se parece a vuestra vida y asi encontrais el consuelo. sabeis lo que os digo, que os den!, y moriros ya!!!!!!!
12:58 AM
Si alguien entiende la intención de este comentarista anónimo, por favor, que me lo cuente. No logro encontrar relación directa con la idea del texto “Sobre los Tous y…” y su comentario y tampoco entiendo a quién va dirigido.
Puede que “Anonymous” (llamémosle así), me critique a mí por ser de los que “nos alegramos de la desgracia ajena”. Sería lo más comprensible teniendo en cuenta el contexto y el uso de la segunda persona, aunque la falta de referencias al texto o al tema crean ambigüedad en el destinatario de la crítica. Pongamos, en todo caso, que es así.
Cierto que el texto que escribí contiene humor negro, como lo tenía, desde la posición contraria, el texto de Monzó; pero no encuentro en él ninguna expresión de alegría por la desgracia de nadie, más bien al contrario. La idea del texto es de rechazo y no celebración de lo sucedido. No niego que haya, en el último párrafo del texto, mofa de la “desgracia” de la familia Tous aunque, a mi modo de ver, no debe ser superpuesta la desdicha de tener un yerno en la cárcel a la fatalidad de ser muerto por un guarda de seguridad. Creo que en este sentido “Anonymous” me malinterpretó. En todo caso: sabeis lo que os digo, que os den!, y moriros ya!!!!!!! sí es para mí una expresión de alegría por la desgracia ajena. Y espero que con ello no esté malinterpretando las palabras del anónimo comentarista que dedica tres frases a describir el supuesto odio que tengo a mi vida.
En cuanto al reproche del que “habla y no da la cara” yo, ni nadie, debemos aceptarlo de un comentario anónimo.
En mi opinión, “Anonymous” simplemente tubo un mal día (me tomo la libertad de especular sobre el estado de humor momentáneo del comentarista anónimo, teniendo en cuenta que él concluyó afirmando que mi vida es miserable y que siento total aversión por ella). Imagino que este comentarista quería dar a conocer su idea y no encontró ninguna ocasión más apropiada para hacerlo. En cuanto vio algo que más o menos podía encajar con lo que ansiaba criticar se lanzó como un fiera hambrienta, utilizando un estilo directo y efectivista que pretende ser implacable pero que no hace más que emular la tópica y popular moralina que predica.
Claro que esto no son más que suposiciones y por ello invito a “Anonymous” a esclarecer su comentario y, si lo desea, hacer uno nuevo referente a lo que se ha dicho aquí.
Wednesday, April 25, 2007
Minimal hardcore
Uunchii, uuuuunchiii, uuuuunchiii, uuuuunchiii, uuuuunchiii, uuuunchii, uuuunchiii, uuuunchii, uuunchii, uuunchiii (Mmmh….), uuunchii, uuunchii, uuunchi, uunchi, uunchi, unchi, unchi (Oh…) unchi, uunnch …i, uuunchiii, uuunchii, uunchi, uuunchi, uuunchii, uuunchii, uunchi (¡Ah!), uunchii, unchi, uunchii, uunchii, unchi, unchi, unchi, unchi, unchi, unchi, unchi, unchi, unchi, unchi, unchi (¡Aaah!), unchi, unchi, unchi, unchi, unchi, unchi, unchi (¡Mmh…!), unchi, unchi, unchi, unchi, unchi, unchi, unchi, unchi, unchi, unchii unchiunchiunchiunchiunchiunchi (¡Oh, oh!) unchiunchiunchiunchiunchiunchi (¡Ah...!, mmh...) unchiunchiunchiunchiunchiunchiunchiunchunchunchunchunch
unchunchunchunchunchunchunchunchunchunchunchunchunchunch (¡Ooooh…!) uuuuuuuuuunnnch... iiiiiiiiii (Mmmh…) unchi, unchi, uuunch …iiii.
"Bueno, dame un cigarro, ¿no?"
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